miércoles, 28 de marzo de 2012

Los náufragos del periodismo



La crisis económica y los cambios en el sector 
de la comunicación elevan la cifra de periodistas sin empleo


La tormenta se inició hace unos años en un lugar indeterminado; el oleaje fue en aumento, sacudió a la economía mundial, luego llegó hasta el sector de la comunicación y más tarde golpeó de lleno en la mesa de María José Alarcón, en la redacción de Radio Murcia, arrastrando tres agendas, la maceta que tenía sobre el escritorio y sus 31 años de carrera como periodista: “Fue el 11 del 11 del 11, una fecha difícil de olvidar”. La voz de María José se resiente al contarlo, pero sólo con dar un trago a su refresco recupera la entereza: “sucedió de la forma más fría que pude imaginar: había vuelto de una rueda de prensa, terminé de elaborar una noticia y me llamaron a una reunión en la sala de juntas. Entré y estaban el director y el administrador. Sin mirarme, el director me dijo que prescindían de mis servicios y que esa tarde ya no hacía falta que fuera a trabajar. Fue un momento muy fuerte”. Cualquiera que haya puesto la radio en Murcia en las últimas tres décadas conoce a María José; no es de extrañar que su despido haya provocado muchas muestras de apoyo y de afecto, ante las que reconoce estar “abrumada en el amplio sentido de la palabra”. A pesar de ello, “cuando te pasa una cosa así, entras en un proceso con una parte de duelo importante, porque además en mi caso era toda mi vida. Y ahora... Dicen que yo siempre he estado muy pegada a la realidad, y la realidad ahora es la oficina del paro”.

El despido de María José Alarcón se incluye en el Expediente de Regulación de Empleo que llevó a cabo Prisa Radio España a finales del año pasado y que afectó a 256 empleados, la mayoría en las emisoras regionales de Cadena SER. Muchos periodistas murcianos han dado con sus huesos en la cola del paro bajo la misma ejecutoria, pero aún habrá más. Según Juan Carlos de Quirós, delegado sindical de CGT en GTM, la Radio Televisión Murciana, “seguro que en breve va a haber despidos con la reforma laboral. Están intentando aplicarla; el convenio ya les da igual”. Ninguno de los 270 empleados del Grupo Televisión Murciana está fuera de peligro: “Lo mismo se quedan con 100 ó 150 trabajadores para hacer toda la televisión, y es una pena porque en Murcia, donde no hay muchos sitios para trabajar en esto, el proyecto más grande es el de GTM. No hay otra alternativa que no sea ‘7 Región de Murcia’ y la idea que tienen es reducirla”.

La doble crisis del periodismo
La crisis económica afecta a los medios de comunicación por la disminución de ingresos publicitarios, pero el periodismo tiene que hacer frente además a las transformaciones que impone Internet. Existen nuevas formas de producir y de consumir información y el sector se resiente ante el cambio. ¿Ha existido también una mala gestión de recursos? En opinión de Juan Carlos y en el caso del canal autonómico, “no tiene sentido gastar dinero en externalizar la producción de programas, y más a una empresa privada del consejero delegado de GTM, cuando hay personal y medios para hacerlo nosotros”. En la línea de la mala gestión también apunta José Luis Vidal Coy, reputado periodista de Murcia, al afirmar que los medios murcianos “se dejaron arrastrar por el crecimiento de la publicidad inherente a un crecimiento económico que todo el mundo sabía que tenía los pies de barro. Durante la época de bonanza hicieron de cigarras y no de hormigas”. Por su parte, José Ángel Cerón, Director Adjunto del diario La Opinión, reconoce que “la prensa no es ajena a los avatares del resto de la economía y, al igual que otros sectores, también se sobredimensionó en época de vacas gordas; se abrieron demasiados medios que el mercado se ha encargado de recortar”, y afirma que ahora “hay que ajustarse a una nueva realidad” pero que el sector saldrá adelante “con esfuerzos y sacrificios”.

El mensaje en la botella
María José Alarcón apura su refresco y reflexiona: “Cuando te despiden y te desprecian te sientes como el toro que mató a Manolete, pero luego dices ‘no, yo no soy culpable’. He aprendido, he disfrutado de unos años inolvidables, he sacado adelante a mi familia y he terminado de una forma correcta con arreglo a mis derechos, porque si me pilla la reforma laboral...”. Ahora pasa página y dibuja una amplia sonrisa en su rostro: la crisis es una oportunidad que hay que aprovechar. “¿Qué es ser periodista?”, se pregunta. “No perder jamás la curiosidad ni el interés por aprender, e ir un paso más allá: querer compartir. Yo soy periodista”. María José habla con ilusión de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, de todo lo que está aprendiendo de ellas y de su blog, la botella donde puede meter su mensaje y difundirlo a través el inmenso mar de Internet. Al final, el naufragio no ha podido con todos.

María José Alarcón junto a su escritorio, cuando trabajaba en Radio Murcia. El kit del periodista y una maceta.

viernes, 23 de marzo de 2012

Lluvia

  • Que te guste la lluvia siendo padre en edad de criar, tiene mérito:

Lo digo porque el agua que cae del cielo no es que facilite la labor de reparto y entrega de hijos en colegios. Sus efectos negativos se multiplican por cada uno de los niños que tengas que transportar. Pongamos que tienes dos hijos, que uno va a un colegio y el otro va a una guardería. Pongamos también que no tienes más remedio (maldita sea tu estampa) que ir en coche porque uno de los centros de enseñanza está más lejos y porque luego tienes que ir a trabajar. Pues bien, sal de casa; mete a los niños en el coche, quítales los abrigos y ponles en cinturón; entra tú en el coche, quítate el abrigo y ponte el cinturón; conduce hasta el primer colegio, llega y aparca; ponte el abrigo, coge al paraguas y sal del vehículo; saca el carricoche y pregúntate: ¿con qué mano lo abro?; deja el paraguas sobre el coche y abre el carricoche mientras te mojas; sigue mojándote un poco más para desplegar el plástico-burbuja con el que debes cubrir el carricoche; abriga al primer niño, sácalo del coche y siéntalo en el carricoche sin que le caiga ni una gota de agua; luego haz lo propio con el segundo niño. Ya puedes sujetar el paraguas con una mano y hacer un esfuerzo para mover el carricoche doble con la otra, mientras las gotas que previamente has recibido resbalan por tu cara. 

La lluvia sigue cayendo. Bendice al que ha aparcado justo sobre a la rampa de la acera; bendice al que pasa a toda leche por la calle, pisa un charco y te salpica; bendice a otro que tiene prisa y que hace sonar el claxon como un poseso; llega al colegio número uno, deja al primer hijo y regresa a tu vehículo. Mete al segundo niño, quítale el abrigo, ponle el cinturón; deja el paraguas sobre el coche y mójate mientras quitas el plástico-burbuja, pliegas el carricoche y lo metes; coge el paraguas, ciérralo y métete en el coche; quítate el abrigo, ponte el cinturón y conduce hasta el colegio número dos. Cuando repitas la operación de reparto y el segundo niño esté en su cole, ya podrás entregarte con alegría a la tarea de llegar al trabajo y buscar aparcamiento en las inmediaciones, pero antes de eso, disfruta del trayecto. Disfruta de los conductores que creen que el hecho de que llueva es como un "living-la-vida-loca". Creen que cuando llueve no hay normas de tráfico, que todo vale menos el semáforo en rojo y la buena educación. Cuando llueve las rotondas son un concurso para ver quién es más idiota, y los idiotas se lo toman muy en serio. Siempre ganan. 

Tiene mérito que sea padre en edad de criar y me guste la lluvia. Me gusta hablar de la lluvia a mis hijas, de lo bien que huele la tierra mojada, y ver cómo cae el agua del cielo y moja las calles, ver las ramas de los árboles reverdecer, el aire limpiarse. Me gusta explicarles ese fenómeno tan natural y cada vez menos frecuente. Pero no quiero pensar en la frecuencia, no lo pienso, no me quiero preocupar más. Prefiero disfrutar de la lluvia cuando viene aunque me cale entero, aunque me enfade con los conductores idiotas y aunque me cueste un trancazo como el que ahora cargo. Cuando llueve por la mañana y al fin llego al trabajo, y sé que mis niñas están en sus respectivos colegios aprendiendo cosas, y que el ciclo de la naturaleza todavía sigue su curso, me digo: ¡Cuánto me gusta la lluvia! 

Imagen: fotowaton.blogspot.com.es

  • Triste y olvidado como un paraguas en Murcia:

Es cierto que en Murcia tradicionalmente llueve poco, aunque en estos tiempos llueva aún menos. Emprendedores, que tanto se habla de vosotros aunque nadie sepa dónde estáis, os doy un consejo: no pongáis una fábrica/tienda de paraguas en esta ciudad, como una que vi en un barrio londinense hace tiempo: pedazo de megatienda de paraguas, tronco. Aquí no, eso no tendría éxito. O bueno, quizá sí. Pobretico ser paraguas en Murcia y sentir que se te tiene tan poco aprecio. No es nada personal, es que llueve poco. A veces lo cogemos antes de salir de casa, en un arranque de optimismo, y luego no cae nada, y tenemos que cargar con él todo el día. Otras veces el paraguas murciano se queda en casa, y salimos y nos cae la del pulpo. ¿Qué pensará el paraguas entonces, ahí, solo y seco? "Me cago en la puta, pa una vez que llueve y el jilipollas éste se va sin mí". Menuda oportunidad perdida, pensará, pero no sé qué es peor: otras veces amanece lloviendo, nos acordamos de cogerlo y allá que sale el paraguas murciano de su armario, más a gusto que un arbusto, y luego a media mañana deja de llover y nos lo dejamos olvidado donde estemos: en la caja de ahorros, en la consulta del médico, en un museo, en un bar... "Eso es lo que me quiere, el tío... Así me paga que le proteja de la lluvia", se dice nuestro paraguas en una triste papelera reconvertida en paragüero. "Me deja en la basura", piensa. Ahora que sale el tema, otro consejo para emprendedores: peor que abrir una tienda de paraguas en Murcia, es abrirla de paragüeros. Aquí lo que se lleva es la papelera reconvertida, con o sin bolsa y con o sin residuos previos. 

El paraguas de Murcia suele romperse. Se conoce que de estar tanto tiempo en el armario, rozándose con todo, cayéndose cada vez que sacamos el abrigo (otro pobretico de la vida murciana), sufriendo los juegos de algún niño... Al final se le saltan las varillas, se casca. En eso el paraguas murciano no puede tener queja, que aunque se nos rompa, no lo tiramos. "Me puede venir bien", pensamos, pero a quien no le viene bien es a la persona a la que le sacas un ojo caminado por la acera. Yo no es que sea muy alto, pero vamos, estoy por encima de la altura media y por eso existe un riesgo potencial de que me saquen un ojo con la varilla de un paraguas defectuoso. En Murcia no sabemos llevar paraguas, no estamos acostumbrados y luego pasa lo que pasa. Otro aspecto de los paraguas locales en el que me he fijado es que suelen ser feos de cojones. En otra entrada de este mismo blog, la que dediqué a Roma, hablé de mis paraguas. Tengo ejemplares del estilo murciano, sobriamente sosos y feos, y tengo de los italianos turísticos, decorados con cuadros de Boticelli y de Rafael. Son mis favoritos pero son pequeños y no muy buenos. Se rompen con mirarlos. En los últimos años se suman a la colección los paraguas de color rosa y de Hello Kitty. No tengo reparos en pasearme con ellos, he aprendido a apreciar el color rosa. Aunque eso sí, su tamaño da para cubrirme la mano, un hombro y media cabeza. ¿Y qué más da? Con trancazo o sin él, también da gusto mojarse.


  • Alquilo mi ventana:

Un leitmotiv del cine universal es el tío o la tía melancólicos mirando la lluvia a través de la ventana. Alguien, en algún momento y lugar, pensó que la escena tendría una potente fuerza evocadora; que ver el careto triste del personaje y el agua resbalando por el cristal sería hondamente emotivo. Lo que sorprende es que nadie dijera: "macho, es imposible que ese caso se dé en la vida real, al menos en España". Siempre te saldrá alguien gritando "¡Baja la persiana, que se mancha el cristal!", y "¡Cómo se nota que tú no tienes que limpiarlo!". Sin duda, toda la emoción y la tristeza se desvanecerían al instante. "¡Déjame, coño, que estoy triste!"... Nada, ya se nos ha chafado la escena. Y de esa misma escena también se han hecho parodias en el cine, por supuesto, algo que viene mucho mejor. En cualquier caso, si alguien está triste, y ve que se va a poner a llover y que a lo mejor le apetece mirar el agua resbalando por un cristal, que me avise. Alquilo mi ventana. A mi mujer no le hace gracia, pero yo le he dicho que me reservo una para tal menester. Triste o no triste, el caso es que me gusta ver llover. No me importa tanto que se moje el cristal como que me moje yo. La única pena es que no llueva más, así que desde la perspectiva de un murciano, la escena melancólica debería ser otra: ver el careto triste de un tío o de una tía mirando cómo el sol abrasa el cristal.

  • La mejor nana:

Me encanta que llueva por la noche y escucharla desde la cama. La lluvia es la mejor nana.


domingo, 18 de marzo de 2012

La confianza

De los caminos del Señor se dice que son inescrutables; sin embargo los del deporte, ya sea profesional o aficionado, sí que se pueden intuir. Se puede intuir que cuando un equipo como el Club Baloncesto Murcia hace grandes partidos en su cancha, y luego se disuelve como el nesquik en la leche lejos de ella, es por un problema de confianza. La psicología del deporte, que es psicología sin más, ya se ha encargado de diseccionar estos asuntos. A fin de cuentas, la ciencia que estudia nuestros procesos mentales se puede aplicar a cualquier actividad humana, incluida esa que nos lleva a integrarnos en un grupo, poner nuestro esfuerzo y habilidades al servicio de los otros y buscar un objetivo común. Recuerdo que cuando asistía a las clases para obtener el Grado Uno de entrenador de baloncesto, el apartado de la psicología provocaba cierta hilaridad burlona entre los alumnos. Quizá fuera un mecanismo de defensa ante algo que nos deja un poco con el culo al aire, pero yo tengo que reconocer que me gusta y que me interesa la psicología. En el deporte, creo que la cabeza -mejor o peor amueblada, con más o menos autoestima y más o menos madurez y estabilidad- puede llegar a diferenciar un buen jugador de un auténtico jugón; un tío que suma mucho un día y al siguiente resta, de un tío que suma casi siempre, si no directamente, sí al menos haciendo sumar a sus compañeros.

En las horas de charla que pasé con jugadores y entrenadores de baloncesto recordando la historia del CB Murcia -y la propia historia de esos profesionales-, no pocas veces salió a colación el tema de las dinámicas famosas y del carácter; de la suerte y de los cojones. Cuando un grupo se prepara, trabaja duro y, al fin, le llega el momento de medir sus fuerzas con otros, además de la calidad como jugadores y de la coherencia en el planteamiento del equipo, y además de circunstancias puntuales como lesiones, arbitrajes o mala fortuna, influye -y lo hace decisivamente- el carácter del grupo y el de cada uno de sus integrantes, que puede sumar o restar en la ecuación final. Existe un amplio armario de tópicos al respecto, que por muy repetidos no dejan de ser ciertos: los jugadores son personas, la sangre corre por sus venas, tienen más o menos problemas, más o menos miedos... Cada uno tiene su carácter y su manera de exteriorizarlo, y todo, mezclado en una coctelera, configura el carácter de un equipo. Cuando vienen mal dadas puede haber alguien que saque pecho y diga, "eh, aquí están mis huevos" (con perdón) o por el contrario, que todos miren al suelo y al final del partido, cada mochuelo a su olivo. Puede salir un John Ebeling que diga, "me juego mi sueldo a que no bajamos", o no salir nadie así, y a final de temporada hacer todo el mundo las maletas y Murcia, si te he visto no me acuerdo.

El CB Murcia que empezó esta temporada, además de estar descompensado (esto es una opinión personal) adolecía de falta de carácter y de liderazgo. Para colmo, pequeños contratiempos como el calendario, varios partidos que se escaparon por chorradas después de llevarlos bien controlados y otras historias fueron minando el poco carácter que tenía el equipo, metiéndolo al fin en esa espiral acongojante que llamamos mala dinámica. Nadie tenía suficiente alma, suficiente fe y carácter para liderar al grupo, para contagiarle con su ánimo e infundirle confianza. Y claro, el pez se muerde la cola, y provoca más derrotas en finales ajustados, más apagones, más fallos inexplicables. Desde que llegó Quintana, y desde que Udoka ha empezado a meterse en harina, el CB Murcia, este CB Murcia más compensado, ha podido ofrecer buen baloncesto en su cancha y ha sido capaz de mostrar una autoestima que, fuera de casa, desaparece como un caramelo en la puerta de un colegio. Grimau intentaba explicar lo que les sucede cuando juegan lejos de Murcia, y no podía. Nadie puede explicarlo, y al mismo tiempo, todo el mundo puede entenderlo: falta de confianza, de autoestima. En Murcia, esa confianza es inyectada en la vena de los jugadores por parte de sus aficionados. Fuera de casa no hay enfermero ni sangre para hacer la transfusión, y el equipo aún no tiene la autoestima necesaria como para sobrevivir sin ella. Creo, quiero creer, que el equipo ya acumula suficientes victorias seguidas en casa como para haber elevado su moral; que los cimientos de la confianza son cada vez más sólidos, que el equipo está mejor equilibrado y que, además, ya tiene un jugador con carácter para guiar el camino. Ahora, a poco que Douby aporte esos puntos que se le esperan, la victoria fuera de casa está al caer. Ya no debe andar muy lejos.

viernes, 9 de marzo de 2012

"La huelga general no es la mejor solución..."

Eso dice Soraya Sáez de Santamaría, y yo he decidido rebajar la calificación de sus declaraciones a nivel de bono basura, que no sé muy bien lo que significa pero suena fatal. ¿Sabe exactamente lo que es una huelga? La Real Academia define "huelga" como "interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una protesta". No se concibe como una solución sino como un derecho, que además viene recogido por la Constitución de 1978 y que, hasta la fecha, es intocable. Se ejerce precisamente cuando el encargado de encontrar soluciones, que es el Ejecutivo, no las encuentra, o cuando las aplica contra la voluntad mayoritaria de los trabajadores. Soraya, reflexione y mírese un diccionario antes de hablar.

En este clima extraño, en esta creciente sensación de culpabilidad colectiva, en este síndrome de Estocolmo permanente en el que vivimos, ya nos sucede como al niño al que dejan sin merienda y encima apalean. Y encima le quieren convencer de que es la única opción posible. Y encima le dicen que es por su bien. Y encima le recomiendan que no proteste, porque protestar "no es la solución". Los acontecimientos me hacen creer que ese niño hambriento y apaleado que somos nosotros, la sociedad, se está creyendo toda esa cantidad de mierda que le meten con embudo. Estamos agachando la cabeza y vamos a terminar dando las gracias porque no nos pegan más fuerte. Qué miedo.

Eso es, ni más ni menos, lo que nos está pasando. Las medidas de recorte de derechos, los agravios, se suceden uno tras otro y van llenando el barreño de nuestra incredulidad como un grifo que gotea; lentamente, pero sin descanso. Lo llenan y según parece, van transformando la incredulidad en complejo, el complejo en ensimismamiento, y ya hay a quien le pinchas y no le sale sangre. Todas estas medidas, que empezaron a aplicarse con el anterior gobierno, son una cantidad de mierda intragable, un engaño, un insulto a nuestra inteligencia. Seguimos como hormigas descabezadas o con la cabeza arrastrando el suelo, que no sé qué es peor, mientras nos siguen dando motivos para saltar. Y no saltamos.

Así que, Soraya, tanto que se ha hablado del lenguaje últimamente, úselo usted con corrección y maneje los conceptos apropiados. La huelga no es la solución, y si la fuera, tendrían que hacerla usted y sus compañeros gobernantes. La huelga no es la solución ni debe serlo, pero que alguien me diga que no están invocando acciones peores día sí, día también, cuando nos dejan sin comer y nos pegan en el culo con su guante blanco. Y más si pensamos que con esa misma mano con la que nos pegan, es con la que aplauden la aprobación de la nueva reforma laboral y con la que están acariciando en el lomo a los mercados, a la economía especulativa, a la corrupción y al fraude.

Crisis de valores y de sistema.