miércoles, 29 de agosto de 2012

Juguetes rotos. Del poder y la prensa


Los niños pequeños no tienen maldad, porque no saben diferenciar el bien del mal. Son como lienzos en blanco y, a la vez, tienen los pinceles y prueban trazos de manera instintiva. Aunque a los mayores nos gustaría pintarlos a nuestro antojo, nos resulta imposible. Lo que sí podemos –y debemos- hacer es guiarles la mano, enseñarles a mezclar los colores, darles unas nociones básicas de arte. Pasado el momento ya no admitirán más consejos y serán libres para equivocarse, para rectificar y para buscar su estilo.

Nuestros gobernantes se han portado como niños pequeños durante mucho tiempo, y lo peor es que no han tenido a nadie que los guíe y los controle. Quizá por una educación deficiente, por un estado prematuro (aún-no-maduro) y por el efecto idiotizador que le supongo al poder, han hecho y deshecho sin importarles lo más mínimo las consecuencias; sin tener en cuenta a la sociedad a la que se deben. Han sido caprichosos y egoístas. Han sucumbido a los traficantes de traje y corbata, que les prometieron mucho dinero para gastarlo en juguetes y en caramelos a cambio de dios sabe qué favores. Han obrado como si la fuente de la que manaba ese dinero no fuera a secarse nunca. No han pensado en el futuro porque ese concepto es demasiado abstracto, demasiado lejano.

Manipular al que controla, tenerlo bajo control, es uno de esos trazos instintivos y sin maldad que prueban los niños pequeños, y desde que en el siglo XVIII Edmund Burke bautizara a la prensa como el cuarto poder, los gobernantes han sentido la misma necesidad: la de manipular a la prensa para hacerle creer que todo lo que hacen está bien, en lugar de asumir la responsabilidad de obrar correctamente y con transparencia. Tal y como afirma Iñaki Gabilondo en su libro “El fin de una época”, los ciudadanos no tienen tiempo de ejercer el control directo y permanente sobre el poder, y por eso delegan la labor en el periodismo mientras ellos trabajan, van al cine o duermen. Para la tarea de observar y controlar la acción del poder, y para contarle después a la ciudadanía qué tal se portan los administradores de la cosa pública, la prensa debe ser cien por cien independiente. Pero, ¡amigo! Eso es muy difícil.

En los últimos años de capitalismo desenfrenado, el poder compró a la prensa y algunos medios se convirtieron en juguetes en manos de niños pequeños y malcriados. Se crearon televisiones y radios -públicas y privadas- para mayor loa del gobernante –o del empresario- de turno, sobredimensionadas como los monumentos colosales que tanto gustan a los dictadores. Con ellas el poder se hizo publicidad y devolvió favores. Y encima gestionó mal, y ahora esa mala gestión se ha transformado en dos caminos: el que toman los que salen con los bolsillos llenos, y el que toman los profesionales que han perdido su empleo, y que dieron lo mejor de sí en una condiciones difíciles. Ellos, los periodistas, son los que pagan los excesos del poder que se ha portado como un niño pequeño, pero a diferencia del niño, el poder no es inocente. El poder sabe distinguir el bien del mal y obra a conciencia.

En el libro antes citado, Iñaki Gabilondo afirma que el mayor enemigo de la libertad de expresión es el paro. Ese es el recurso principal que usa el poder para amordazar al periodismo, porque en el momento en el que tienes que vigilar al que te da de comer, la cosa se complica. Por eso, creo que al periodismo lo van a salvar los periodistas de a pie, los que ya no tienen un trabajo que perder. Y quizá también los que sí.

martes, 28 de agosto de 2012

Pepín y Antonia (I)


La carretera que lleva a Saissac discurre por entre los viñedos del Languedoc, salpicados de cuando en cuando por pequeños campos de girasoles. El paisaje es verde y tranquilo incluso en verano, y el pueblo, que se monta sobre una colina, permanece parapetado tras las ruinas de su castillo. A las afueras del caserío hay una residencia de la tercera edad, y allí, en un salón luminoso y amplio, varias decenas de ancianos se disponen a comer. Mientras atravieso las mesas buscando a mi tía Antonia, no tengo duda de que la reconoceré al instante. En efecto. Al ver cómo me aproximo decidido, me mira con extrañeza y me saluda: “Bon jour”. Yo le respondo: “Hola tía Antonia, ¿te acuerdas de mí?”. Por si acaso, me apresuro a decir mi nombre, pero justo después queda claro que no hacía falta. En español me dice que sí, que yo era pequeño cuando estuve en su casa: “en 1988, y tenías once años, ¿verdad?”. Hoy mi tía tiene 94, y señalar que conserva una mente lúcida implicaría admitir que, aunque sea poco, ha perdido algo de agilidad mental. Incorrecto. No es que tenga la mente lúcida, es que su mente es la misma que hace 24 años. Y eso, admite, a veces le produce dolor: por un lado, porque su cuerpo se va quedando atrás y no le responde como antes; y por otro, porque conserva demasiado vivo el recuerdo y no para de pensar. En ese momento hablamos poco; la situación no es propicia a la hora de la comida y en mitad del comedor –no son ni las doce del mediodía, ojo, pero no consideré el diferente ritmo de vida-. Le digo que volveré a visitarla otro día y ella asiente: “sí, así podremos hablar más tranquilos”. Saluda a mi mujer y a mis hijas y las piropea. De hecho, las niñas no han dejado de recibir dulces piropos en francés desde que hemos entrado en el edificio.

La residencia parece muy agradable y el color verde de los jardines entra por sus ventanas, que son muchas. Mi tía tiene un apartamento con su baño, su cama y una pequeña salita con cocina y televisión. Por fuera, una tablilla clavada en la puerta informa sobre la ocupante: “Madame Serrano”. Cuando vuelvo a verla está más relajada. Ya no se lleva el pasmo de la otra vez, supongo, porque un choque así y sin avisar debió dejarla un poco alucinada. Antes de tomar asiento, miro las fotos y me detengo en un cuadro que cuelga de la pared: se trata de la condecoración que recibió mi tío, José Serrano, de la Unión Federal de Asociaciones Francesas de Antiguos Combatientes y Víctimas de Guerra, en el año 2000. Mi tía me cuenta que, para mi tío, aquel día fue muy emocionante y que hasta su muerte conservó la medalla que le dieron con mucho orgullo. Normal. Volveré sobre eso más adelante. Mi tía pregunta por mis padres y por mis hermanos, y yo le pregunto por mis primos. Luego le explico la razón de haber ido a parar allí, a Carcassonne, tantos años después. Le cuento lo de los aviones, lo del fresco y lo del francés, y le digo que al pensar en Carcassonne también pensé en contactar con la familia. Así, poco a poco, comenzamos a hablar de mi tío Pepín y del comienzo de su aventura. “Aventura”, dicho sin las connotaciones turístico-deportivas que la palabra pueda tener en la actualidad. Hablamos de aquel chaval que no pudo estudiar, por supuesto, que trabajaba la huerta y que se marchó a combatir en la Guerra Civil Española.

Mi tía nació en Santiago de la Espada, pero ella y su familia emigraron a Francia mucho antes del conflicto bélico, cuando tenía tres años de edad y de manera más o menos voluntaria –de esto no hablamos, pero imagino que fue por buscarse el sustento-. Por su parte, mi tío Pepín luchó en defensa del gobierno de España y fue a parar a uno de los frentes más importantes, el de Cataluña. Entre 1938 y los inicios de 1939, las tropas franquistas, ayudadas por Hitler y Mussolini, rodearon y tomaron aquel territorio. No se sabe de qué forma ni en qué momento, Pepín fue apresado y encerrado en una cárcel de Barcelona, pero entre varios reclusos formaron un motín y lograron escapar. Él y un amigo suyo llamado Juan Portillo, junto a muchos miles de españoles más –militares y civiles, niños incluidos- atravesaron el Pirineo para llegar a Francia, donde no les aguardaba un hotel de cinco estrellas precisamente: la frontera se convirtió en un problema para el país vecino, que tuvo que crear campos de refugiados para acoger a la multitud. No se sabe cómo, Pepín y su amigo Portillo pudieron abrirse camino hacia el interior, no sin antes deshacerse de cualquier papel que los identificara como españoles. El temor a que se les devolviera a España y, con ello, a una muerte segura, era grande y fundado; sobre todo cuando antes de acabar oficialmente la guerra, Francia y otros países ya habían reconocido diplomáticamente al nuevo gobierno militar surgido en nuestro país. Sin embargo, la historia quiso que justo al terminar un conflicto, empezara otro: Pepín y su amigo tuvieron que combatir en la Segunda Guerra Mundial, en las filas francesas, contra el ejército al que ya habían combatido en defensa de España, el de la Alemania nazi. Asusta verlo en las películas y asuntan sólo las palabras; no quiero ni imaginar cómo debió ser la experiencia de vivir algo así en la realidad.

(Continuará en una próxima entrada).

miércoles, 22 de agosto de 2012

Carcassonne


Mi padre es el menor de catorce hermanos, y desde la lógica que impone la naturaleza, sería imposible que sus padres estuvieran vivos hoy en día porque superarían ampliamente un siglo de edad. Mi abuela paterna –“la abuelita de la huerta”- murió antes de mi nacimiento, y mi abuelo dejó huérfanos a sus hijos y viuda a su mujer mucho antes, en 1940, a una edad temprana y tras sufrir cárcel. Huelga decir que no había causado daño alguno, sólo el que pueda derivarse de pensar libremente. La muerte de mi abuelo no fue la única desgracia que sacudió a la familia: uno de los hermanos, Pepín, tuvo que marcharse a la guerra en 1938 y no se supo nada de él durante siete años. En 1945 llegó su carta, cuando ya se le daba por muerto, mientras la casa salía adelante y esquivaba al hambre con dificultad y con mucho trabajo. En esa familia todos pasaron lo suyo, del primero al último. Y así fueron las cosas, aunque la moral de algunos sea capaz de tolerar, olvidar y hasta de tapar el drama que sufrió una gran parte de españoles durante el siglo pasado. Desde nuestra perspectiva cuesta mucho imaginar un panorama semejante, pero el caso es que esa era, y no otra, la realidad de muchas personas en aquellos tiempos. Mi familia también es grande –yo soy el menor de seis hermanos-, y todos hemos crecido en un ambiente de pre-democracia y de democracia plena. Nos hemos enfrentado a otro tipo de problemas, a los que en ocasiones te enfrenta la vida, pero no hemos tenido que lidiar con el hambre, ni con la ausencia de libertad, ni de educación, ni de sanidad. El ambiente en mi casa, en lo tocante a política, siempre fue animado y abierto, crítico y respetuoso con todas las ideas, pero como puede intuirse, de tendencia progresista.

El árbol que plantó mi abuelo hace ya 100 años, en la tierra que cultivó, sigue en pie a pesar de todo.

La historia de mi abuelo, aunque triste, sirvió en cierto modo para reafirmar convicciones que, por otro lado, no son exclusivas de ningún partido político ni de nadie en concreto; deben ser patrimonio de todos, sin lugar para la ambigüedad: la democracia, el respeto a las ideas de los demás, la solidaridad… Dentro de todas las penurias de la Guerra Civil y de la postguerra, la vida de mi tío Pepín ejerció el mismo efecto que la de mi abuelo. Se sumaron y, para mí, desde crío, eran motivo de orgullo. Sólo vi a mi tío Pepín dos veces; bueno, de la primera no recuerdo nada: fue en 1980, cuando regresó a España por primera vez tras su huida -yo tenía tres años-. La segunda vez se produjo en el verano de 1988, cuando fui con mis padres a visitarlo a su casa de Villalier, un pueblecito cercano a Carcassonne, en el sur de Francia. A la manera de pequeñas píldoras, con retales que me contaban mis padres y que me contó él mismo, poco a poco me enteré de lo que tuvo que superar el tío Pepín para llegar hasta allí, hasta su acogedora casa francesa. Me quedaba con la boca abierta al conocer los detalles de su historia porque sonaban como el argumento de una película. Era así, una película, pero de verdad; sin cámaras ni kétchup, ni actores disfrazados del ejército nazi. En aquel viaje conocí a mi tía Antonia, su mujer, también española, y a mis primos Christian y María José. Pasamos unos días muy agradables, entrañables.

En este verano de 2012, catorce años después, he vuelto a Carcassonne. Cuando nos pusimos a pensar en el destino de nuestras vacaciones estivales, mi mujer y yo consideramos varias opciones. A mí, la verdad, no me apetecía nada frecuentar aeropuertos y volver a coger aviones con las dos niñas, y después de dos veranos estupendos en Londres, propuse desplazarnos hasta un lugar más tranquilo, fresco y que estuviera a “distancia-coche”. Por otro lado, mi mujer quería practicar su francés, y la suma de sus requerimientos y de los míos produjo en mi mente el nombre de Carcassonne: 870 kilómetros, tranquilo, fresco y francés. En mi ánimo había una idea más, surgida en el mismo momento en el que fijamos destino: contactar con la familia, con lo que hubiera de ella. La comunicación había sido casi, casi nula desde 1988. Supimos de la muerte de mi tío Pepín en 2003, y a su vez, ellos supieron de una triste pérdida a este lado de la frontera, pero nada más. Al menos en los últimos nueve años no se había producido ningún contacto. No sabíamos si mi tía Antonia seguía con vida, ni en qué andaban metidos mis primos. Por los muchos asuntos que llevamos entre manos mi mujer y yo, la organización del viaje se pospuso hasta la semana antes de partir y, sorprendentemente, pudimos resolverlo todo con éxito y alquilar una casa para dos semanas. Sin tiempo para más pero con la esperanza de que mis hijas lo pasaran bien, de que mi mujer practicara mucho francés, y de poder recuperar parte de la memoria de mi tío, nos pusimos en ruta. Y de lo que allí vivimos daré cuenta en una próxima entrada de este blog.

jueves, 9 de agosto de 2012

La ciudad que perdió la memoria

Murcia relega a un lugar secundario a algunos de los personajes más importantes de su historia

Los protagonistas de la conquista cristiana del siglo XIII y los del barroco murciano han tenido mejor suerte que los del periodo andalusí

El saber popular afirma sin matices que nadie es profeta en su tierra, pero si se desciende a la particularidad, al caso concreto, resulta fácil comprobar que todo depende del profeta y de la tierra. Así, algunos personajes tuvieron la fortuna de calar en la sociedad que les vio nacer y pasaron a formar parte de la memoria colectiva con monumentos, calles o plazas a su nombre; otros, por motivos que van desde la revisión de la historia a la rivalidad política, fueron borrados, silenciados o, en el mejor de los casos, apartados a un espacio marginal y semiclandestino; al patio trasero de la urbe. En Murcia existen ejemplos para todos los gustos: desde el recuerdo merecido y unánime hasta el homenaje partidista o difícilmente explicable, pasando por sonoras cuentas pendientes que siguen sin saldarse.

¿Referentes urbanos o muestras de identidad?
La ciudad, escenario de nuestros quehaceres diarios, se extiende por avenidas, calles y plazas y ofrece referentes que nos ayudan a situarnos: con sus nombres sobre un plano, una persona puede saber en qué ciudad está, y dentro de ella, saber exactamente dónde se encuentra y hacia dónde dirige sus pasos. Para un murciano, la Plaza Circular, la avenida Ronda Norte o la Ronda Sur son herramientas cotidianas, pero para un visitante son la primera fuente de información sobre la identidad y el pasado de Murcia. Y en los tres ejemplos citados sólo se puede intuir que los murcianos conocen las formas geométricas y los puntos cardinales. La Murcia neutral, geométrica y despersonalizada se ve reflejada en la mayoría de sus principales ejes viarios: a esos ejemplos se unen los de Ronda Oeste y Ronda de Levante, que junto a la Avenida Primero de Mayo conforman el primer cinturón en torno al centro urbano.

Gran Vía del Escultor Salzillo o, simplemente, Gran Vía. El centro histórico cortado a cuchillo.

La avenida más importante del núcleo de la ciudad -la más comercial y transitada- recibe el nombre de Gran Vía del Escultor Salzillo, homenaje al insigne artista murciano del siglo XVIII, pero todo el mundo se refiere a ella como Gran Vía por una cuestión de economía lingüística. Abierta a fuerza de barreno y explosivo a finales de los años cincuenta del siglo pasado, dicha avenida destruyó parte del casco antiguo y provocó el derribo de los baños árabes de la calle Madre de Dios, declarados Monumento Nacional por la Ley del Patrimonio de 1931. Otros ejes básicos para el tráfico y el comercio de Murcia son la avenida General Primo de Rivera -golpista nacido en Jerez que instauró una dictadura en 1923-, las de la Constitución y la Libertad -que recibieron su nuevo nombre en la transición democrática-, o la Gran Vía de Alfonso X el Sabio, que en este caso sí ha tenido la suerte de popularizarse con el nombre del rey que anexionó Murcia a Castilla en el siglo XIII, al existir ya una Gran Via en la ciudad.

La avenida de la Fama, la calle Floridablanca -condado del murciano José Moñino, quien ocupó cargos relevantes en el gobierno de Carlos III- o la avenida del Infante Don Juan Manuel -toledano y sobrino de Alfonso X- también reciben un animado trasiego diario. Y en este breve repaso a algunos de los ejes de la ciudad, tampoco podemos olvidar calles como las de Jaime I el Conquistador -otro personaje de la conquista cristiana-, Gutiérrez Mellado -militar que luchó en el bando franquista durante la Guerra Civil Española, pero que colaboró decisivamente en la transición a favor de la democracia y se mantuvo firme ante el golpista Tejero- o Antonete Gálvez -el revolucionario murciano del siglo XIX, nacido en Torreagüera y ligado a la lucha cantonal-. En Murcia existe además la costumbre de dividir la misma calle en varios tramos con distintos nombres, lo que dificulta su identificación: así, Correos es el nombre unitario que le dan los murcianos a las calles de Alejandro Séiquer -pintor murciano de mediados del siglo XIX-, Isidoro de la Cierva -político y ministro murciano de finales del XIX y principios del XX-, Pintor Villacis -artista murciano del siglo XVII- y Ceballos. Lo mismo sucede con las calles de San Andrés, García Alix -político y ministro murciano, contemporáneo de Isidoro de la Cierva- y Juan de la Cierva -el inventor del autogiro-, que dividen una misma calle a la que muchas veces se conoce como de San Andrés de lado a lado.

El casco antiguo de Murcia -o lo que quedó de él tras el desarrollismo constructivo de mediados del siglo XX- conserva en buena medida el trazado del callejero medieval y ofrece referentes más apegados a la historia de la ciudad, como la ubicación de sus gremios -Trapería, Platería, Jabonerías...-, o la de sus antiguos conventos derribados -Santa Isabel, La Merced, la Trinidad, San Antonio...-. Sin embargo, también han tenido hueco algunos homenajes recientes tributados por ayuntamiento, como la plaza del periodista Jaime Campmany -vehemente defensor del régimen franquista desde las páginas del diario Arriba- junto a la Catedral. De las 1200 calles registradas en el plano del centro de Murcia, cerca de 140 -la mayoría de especial relevancia- están dedicadas a personajes y eventos religiosos, aunque las nuevas avenidas en las zonas de expansión de la ciudad reciben los nombres de los miembros de la Casa Real, con Juan Carlos I y Juan de Borbón como ejes principales. La sustitución del nombre de Isaac Peral, ingeniero cartagenero que construyó el primer submarino militar útil, por el del Conde de Barcelona, estuvo rodeada de polémica. Ahora Peral da nombre a un parque que, sin embargo, todo el mundo conoce como "jardín de las tres copas" por la fuente que preside ese espacio verde.

Monumento a Abderramán II, emir de Córdoba y fundador de Murcia en el siglo IX, rodeado de obstáculos.

Las cuentas pendientes
El homenaje de Murcia a los personajes relacionados con su fundación y el periodo andalusí se ha visto superado por el de los protagonistas de la conquista cristiana y los del gran siglo XVIII murciano: Alfonso X el Sabio cuenta con un monumento en la avenida del mismo nombre; el conde de Floridablanca tiene el suyo en el barrio del Carmen; el Cardenal Belluga preside la Glorieta junto al ayuntamiento y el Palacio Episcopal; y el busto dedicado a Francisco Salzillo, aunque de estética criticada, sigue elevándose en la plaza de Santa Eulalia. Juan de la Cierva, murciano e inventor del autogiro -precendente del helicóptero-, tiene un monumento algo alejado de la vista pública frente al Palacio de Justicia, y a su abuelo Ricardo Codorniú, que repobló Sierra Espuña y El Valle a finales del siglo XIX, se le dedicó un busto bajo el ficus de Santo Domingo en 1930. Hace pocos meses se inauguró cerca del Teatro Romea la escultura que inmortaliza al actor Paco Rabal como Zacarías, el personaje de Delibes. Peor suerte ha corrido Abderramán II, emir cordobés y fundador de Murcia en el año 825, cuya calle, pequeña y secundaria, pocos conocen, y cuyo monumento fue colocado en un lugar de difícil visión en la Plaza de la Cruz Roja. Por su parte el místico Abenarabi, nacido en 1165 y de fama internacional, tiene una avenida de cierta importancia pero no se le ha dedicado monumento. Y el rey que llevó a Murcia a su máximo esplendor en el siglo XII, Ibn Mardanix, aún no tiene monumento, y su calle bajo el apodo de Rey Lobo, pequeña y en un barrio alejado del centro histórico, no se corresponde con la importancia del personaje. Así es como respira una ciudad sin memoria.

La política y la historia en el proceso de nombrar calles
Tradicionalmente se admite que la historia la escriben los poderosos y los vencedores. Y en la actualidad, una de las formas de comprobarlo es conocer el proceso que se sigue para poner nombre a las calles de una ciudad. En el caso de Murcia, el procedimiento es así: el Instituto Nacional de Estadística remite anualmente al ayuntamiento un listado con las nuevas vías que se incorporan al mapa urbano. Tanto esas calles sin nombre que hay que bautizar, como la posible modificación de nomenclatura en calles ya existentes, se ponen sobre la mesa de una Comisión Municipal formada por todos los grupos políticos del consistorio -según su peso electoral- que se encarga de proponer nombres. La Comisión cuenta con el asesoramiento del grupo de Notables de la Región de Murcia, integrado por académicos, historiadores y cronistas oficiales de los municipios murcianos.

Una vez se acuerdan las propuestas, éstas se envían para su debate y aprobación al Pleno municipal, donde basta obtener la mayoría simple en su votación. De ese modo el partido en el poder -el PP rige el ayuntamiento de Murcia desde 1995- puede nombrar calles y plazas o cambiar los nombres existentes sin excesivos problemas. Existe otro cauce para las pedanías -poblaciones dependientes del ayuntamiento de la capital-, que se inicia con las propuestas recogidas por las Juntas Vecinales de cada una de ellas, que posteriormente pasan a la Comisión Municipal y, de ahí, al Pleno. En esos casos, los nombres suelen hacer referencia a los personajes ligados a la historia de esas poblaciones, a los apodos tradicionales de las familias, a sus usos y costumbres o a lugares clave, como el nombre de una acequia, un palacete o un molino. Al final todo depende del grado de objetividad del gobernante de turno y, sobre todo, del sentido de responsabilidad colectiva y de su compromiso con la historia.

jueves, 2 de agosto de 2012

Luis Carandell: el periodismo humanista (y II)

En esta segunda parte del trabajo que dediqué a Luis Carandell, repasamos su etapa como cronista parlamentario, la consolidación de su carrera y su faceta como comentarista, tertuliano y contador de anécdotas. Siempre con la palabra exacta, con el verbo adecuado y con el ingenio a punto, así hablaba Carandell. Lúcido y humilde, es un ejemplo a seguir en esta selva del periodismo.





La transición, el periodismo parlamentario y los años 80

     Una vez muerto Franco, los acontecimientos políticos se fueron acelerando y no hubo tanto tiempo para el humor. Tras haber colaborado en “Cuadernos para el diálogo”, en 1978 entró a formar parte de uno de los periódicos esenciales durante la transición democrática en España, Diario 16, y comenzó su fructífera etapa de cronista parlamentario. En dicho ámbito llegó a ser muy valorado como fino observador de las sesiones del Congreso y, de hecho, después de su muerte se creó un premio con su nombre, el Premio Luis Carandell al Periodismo Parlamentario, que otorga el Senado. Entre los galardonados podemos señalar a Labordeta y, este mismo año 2011, a Iñaki Gabilondo.


     Ya en 1982 y de la mano del Jefe de Informativos de Televisión Española, José Luis Balbín, Carandell empezó a presentar un programa sobre las sesiones del Congreso. Carandell lo explicó así: "Lo que intenté fue conectar el parlamentarismo español de ese momento con el parlamentarismo español antiguo de las Cortes de Cádiz, porque había muchos televidentes que no sabían que la democracia y el parlamentarismo no eran una cosa inventada entonces, sino que tenía raíces que venían de 1810. Hay que pensar que España es el tercer país del mundo que hace una constitución liberal, tras Estados Unidos y Francia. Era muy importante resucitar el anecdotario de las cortes que va desde 1810 hasta 1936”. La brillantez de su planteamiento residió en despreciar a la dictadura demostrando que España era un concepto mucho más amplio que el que impuso el franquismo, y que los cuarenta años de represión habían sido un triste paréntesis en la trayectoria de un país con serios intentos de consolidar la democracia. Esa labor de Carandell se plasmó en los libros “El show de sus señorías” y “Se abre la sesión”, lo que en opinión del periodista, “significó dar el pulso humano y el ingenio de los parlamentarios españoles”. Sin embargo, en sus últimos años se lamentó de que los políticos españoles hubiesen perdido la capacidad de la oratoria: “Ya no hablan, leen”.

     Ya metido en asuntos “serios”, aunque sin perder la mirada despierta y el sentido del humor, Luis Carandell presentó el Telediario del fin de semana entre 1985 y 1987, y llegó a iniciar una edición con unos versos de Lope de Vega, y a acabar otra edición con unos versos de Víctor Hugo. Por entonces, el periodista tenía más que ganada la credibilidad de los españoles. Él mismo contó la siguiente anécdota: "Cuando hacía el telediario se me acercó una señora y me preguntó: "Señor Carandell, ¿qué tiempo le parece que va a hacer este fin de semana? Es que si usted me lo dice me quedo más tranquila"”. En 1987, Luis Carandell presentó un programa puramente cultural en TVE, “La hora del lector”, y en 1989 volvió a la prensa escrita con su trabajo en El Independiente y en El Sol.


Los años 90, conferencias y tertulias

     En 1990, Luis Carandell se incorporó a Antena 3 como presentador de su propio programa de televisión, “Carandelario”, y como contertulio en el programa de radio de Miguel Ángel García Juez. Recordando esta colaboración, Carandell admitía que nunca pasaban del primer tema de la tertulia: “siempre acabábamos hablando de otra cosa. Él tenía unos papeles e iba diciendo las noticias del día, y decíamos “déjese usted de eso, que lo importante de hoy es que me he comido unas pochas con codorniz que estaban extraordinarias””. En 1995 comenzó a colaborar en “Las mañanas de Radio 1”, de Radio Nacional de España, junto a Julio César Iglesias, Eli del Valle, Chumy Chúmez y otros personajes, contando las peripecias del santo del día. Dicha sección derivó en la publicación de un libro, “El Santoral de Carandell”, en 1996.

    El interés por las hagiografías le vino desde la infancia: “Los santos de mi santoral me los contaba mi abuela, y los milagros eran una cosa corriente para mí”. Luis Carandell destacaba un par de ellos: “Esa chica de Ávila a la que persigue un violador, y se mete en una ermita a orar a San Segundo, Patrón de Ávila, y le crece la barba, y luego entra el violador y le dice: ¿ha visto usted a una señorita por aquí?”. Y el raro milagro de San José de Cupertino, “que levitaba, y lo hacía de tal manera que los frailes tenían que atarlo a la pata de una mesa”. A pesar de haber tenido tanto interés en los santos y de haber sido educado en la férrea disciplina de la Iglesia Católica, Carandell expresó sus dudas religiosas aunque no llegara a considerarse ateo al cien por cien: “Ateo es demasiado… De la misma manera que no puedes saber si existe, tampoco puedes saber que no existe. ¿Cómo lo puedes asegurar? Tendrías que tener mucha fe, los ateos tienen mucha fe y yo no persigo tanto”. Mientras participó en “Las mañanas” de Julio César Iglesias, también intervino en la tertulia semanal de “Edición de tarde” de Radio Nacional, junto a Antonio San José.

     Durante los años noventa, además de todas las colaboraciones citadas, Luis Carandell se dedicó a dar conferencias y siguió participando en charlas y debates, o como él gustaba de llamarlas, en tertulias, algo que le apasionó desde siempre. El periodista admitió muchas veces “un gusto desmedido por la conversación”, a la que consideraba “el arte supremo, sin el que no podrían existir los demás”. De hecho, fundó su propia tertulia en la Taberna del Alabardero, en Madrid, junto al periodista ilicitano Vicente Verdú, y a Manuel Gutiérrez Aragón, Félix Santos, Ángel García Pintado, Fernando Castelló, José Antonio Gabriel, Andrés Berlanga o Miguel Ángel Aguilar, entre otros. Estudioso, aficionado y conocedor del asunto, Carandell dio unas claves sobre la tertulia española:


     “Cualquier reunión española que sea habitual, se puede llamar tertulia, aunque los andaluces también llaman tertulia a la fosa común del cementerio, lo que ya es humor negro español. Para la tertulia hay varias reglas y la primera sería tener lugar y tiempo fijos. La segunda es definir si es tertulia abierta o cerrada: en las abiertas puede entrar todo el mundo, y en las cerradas los contertulios se sientan siempre en el mismo sitio y toman siempre lo mismo. También hay tertulias con o sin director, y luego hay una tercera regla que es la que ha mantenido la tertulia española, que es hablar mal de los ausentes. Por eso nadie se marcha y todo el mundo acude”.


     También reflexionó sobre el hecho singular de la tertulia española: "Los españoles nos atrevemos a hablar de todo, y es asombroso. En Alemania no funcionarían jamás las tertulias que se emiten aquí en la radio porque la gente diría, “espere, voy a llamar a un vecino mío que es especialista en esto que dice usted y él se lo contará mejor que yo”. Aquí la gente se lee el periódico y sabe de todo”. Según Carandell, “esto viene de la tradición de la tertulia española, que es tan antigua como España. Aquí siempre se ha conversado por el placer de conversar, siempre se han hecho bromas, siempre se ha discutido de todo y las tertulias tienen una importancia que en otros países no tienen”. Reflexionando a su vez sobre la figura del periodista, Luis Carandell dijo: "El especialista sabe casi todo de casi nada, y los periodistas sabemos casi nada de casi todo”. Quizá por eso prefirió hacer uso de la anécdota en sus debates y tertulias, ya que para él, las anécdotas son “historia en pequeño, y la historia en pequeño ilustra mucho la historia en grande”. Para reforzar dicha opinión, Carandell contaba la anécdota del general carlista que “llegó a la plaza de L'Espluga de Francolí, formó a la tropa ante la iglesia y dijo: ¡Rompan filas y a engendrar carlistas!".


     En esos años Luis Carandell no abandonó su interés por los viajes, y también prosiguió con sus estudios de celtiberismo publicando un nuevo libro, “Diccionario de españología”, en 1998. En él no solo caben las palabras y el origen de expresiones típicamente españolas y más o menos humorísticas, los tacos y otros giros del lenguaje, sino también el sentido de muchas fiestas y costumbres, la gastronomía y otras muestras de la cultura popular de nuestro país, aunando de ese modo dos de sus pasiones (junto a los saberes inútiles, las tertulias y las anécdotas): el lenguaje y viajar. Al respecto, el periodista admitió: "Tengo preocupación por el lenguaje. A veces parece que estoy loco porque voy por la calle repitiendo “mur-cié-la-go”. Me hace gracia. Llamar a las cosas por su nombre es el principio de la reflexión. ¿Por qué se llama murciélago y no cantantuno? El escritor tiene que estar atento, confiar en su oído, en lo que la gente dice por la calle. Si no existieran los demás, no saldría ningún libro”. Completaba dichos argumentos en el prólogo de su diccionario españológico: “No hay mejor juego que el del idioma y nada más divertido y sorprendente que conocer los nombres de las cosas, y aprender de dónde vienen las frases hechas que repetimos sin reparar en ellas”.


El final. De cómo era Luis Carandell en boca de sus amigos

     A partir de 1999, Luis Carandell alternó su participación quincenal en el diario El País con una sección de opinión en el “Hoy por hoy” de Iñaki Gabilondo, en la cadena SER. También escribió sus memorias en dos volúmenes, aunque el segundo no pudo concluirlo. Son “El mejor día de mi vida”, ya nombrado en este trabajo y donde además se da testimonio de la España franquista, y “Mis picas en Flandes”, en el que también cuenta sus peripecias y viajes por el extranjero. Carandell, casado y con dos hijas, murió el 29 de agosto de 2002 en Madrid, a los 73 años, víctima de un cáncer de pulmón. Según se contaba en El País al día siguiente, él mismo había llamado unos días antes a la redacción del periódico para avisar de que ya no podría enviar más colaboraciones, consciente de que llegaba el final. Fue incinerado en el cementerio de la Almudena y sus restos fueron trasladados posteriormente a la localidad de Atienza, en Guadalajara, lugar del que estaba enamorado. En Atienza solía veranear desde los setenta y allí se instaló para pasar los últimos años de su vida.


     “Cuando él empezaba a hablar, todos callábamos. Desgranaba sus conocimientos sin hacer ningún esfuerzo, tenía una memoria siempre dispuesta”. Así se expresó Vicente Verdú tras la muerte de su amigo Luis Carandell. Otro contertulio decía del periodista que “tenía tantas anécdotas, y tan buenas, que era inagotable. Era un genio de la literatura oral”. “Había tanta generosidad en él, que hasta cuando contaba algo contra alguien, ese alguien salía beneficiado”, y añadía que Luis Carandell “tenía el don de la generosidad intelectual”. Según Margarita Rivière, Carandell “era la persona que menos importancia se daba del mundo. La suya no era propiamente humildad, sino una mirada sobre la vida siempre distanciada y con enormes dosis de ironía”. Josep María Castellet añadía que “era amigo incluso de sus enemigos”. Uno de los calificativos más acertados, quizá, de los que recibió Luis Carandell tras su muerte, le llegó a través de una carta al director de El País, firmada por Natacha Seseña: le llamaba “gran microhistoriador”. En ese mismo artículo, su autora afirmaba que “Luis era capaz del más alto humor y, al mismo tiempo, la mayor consideración y ternura, atributos que su inteligencia supo llevar a las más altas cotas. Como niño de la guerra observó todo, que era mucho, quizá en silencio, y lo fue hilando y afinando en el huso de su pensamiento para darlo a los demás en sus artículos, crónicas, libros y conversas”.


     De la huella que Luis Carandell dejó, casi más impactante que todas esas reacciones justo tras su muerte sea el homenaje que recibió en 2010 en Atienza, ocho años después, donde todavía arrancó lágrimas y por supuesto, muchas sonrisas. Organizado por la Diputación Provincial de Guadalajara y por la Asociación Sibilias de Atienza, y con la asistencia de su mujer, sus hijas y un buen número de amigos y familiares, se destapó una placa conmemorativa en la casa donde vivió el periodista, se debatió sobre su figura y su obra y hasta hubo un pasacalles y un concierto de órgano, algo que su viuda, Eloísa Jager, afirmó que “a Luis le habría encantado”. Luis Carandell reflexionó en sus memorias sobre la muerte de su madre, afirmando lo siguiente: "Hay muertes en las cuales el dolor de la ausencia se ve compensado por la admiración ante la forma en que el fallecido vivió. La vida es una obra, y una obra bien hecha debe despertar más aplauso que llanto". En el referido homenaje de 2010 en Atienza, Carandell también obtuvo un nuevo aplauso.


Premios y reconocimientos

     Luis Carandell fue nombrado “Hijo Adoptivo de Madrid” en 1980. Recibió el Premio de Periodismo Madrid 1988, concedido por la Cámara de Comercio e Industria de la capital, y en 1990 se le otorgó el título de "Guía honorario" por parte de la Asociación Profesional de Informadores Turísticos de Madrid. En 1995, el Consejo de Ministros le concedió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Fue miembro del consejo director de la Asociación de Periodistas Europeos, y desde 1993 lo fue también del consejo literario del Centro Internacional del Humor, con sede en Granada. Uno de los galardones que más ilusión le hizo fue el de Caballero Honorario de la Caballada de Atienza, fiestas de especial relevancia en esa población de Guadalajara. Así mismo, el Círculo de Bellas Artes de Madrid le otorgó la Medalla de Oro de la entidad a título póstumo en el año 2002.


Conclusión

     La elección de Luis Carandell para este trabajo de Historia del Periodismo vino motivada por la admiración que sentía hacia el personaje, ya desde aquellas intervenciones en “Las mañanas de Radio 1”, y la primera razón quizá no fuese exclusivamente periodística sino de sensaciones personales: el timbre de su voz, la manera en la que exponía sus historias y contaba sus anécdotas, el tono sosegado y ese aire de persona culta y al mismo tiempo sencilla, me despertaban eso que hoy en día llamamos “buen rollo”. En cualquier ámbito de la vida admiro la sencillez como principio básico, como rasgo de inteligencia, y también la humildad de quien, sabiendo mucho, es consciente de que no lo sabe todo. No lo conocí en persona, así que en la distancia física -pero en la proximidad de la radio, la televisión y la palabra escrita-, Luis Carandell parecía poseer todas esas cualidades: sencillez, una gran cultura y la inteligencia suficiente como para administrarla con humildad.

El primer recuerdo que tengo del periodista es el de presentador del Telediario de fin de semana, aunque ya hubiese escuchado su particular voz en muchas ocasiones. Mis padres lo conocían bien porque durante la transición democrática, y después, además de ser asiduos compradores de Diario 16 siempre estaban al tanto de lo que se cocía en el Congreso de los Diputados. A medida que fui creciendo, y ya no sólo como receptor de información sino también en el intento de someter la información a análisis y crítica, fui diferenciando la actividad y la manera de hacer de los medios y de los periodistas. Y en esa selección de lo que me gustaba y de lo que no me gustaba, y de las razones de tal selección, Luis Carandell siempre estuvo en un plano positivo. Ahora, en las últimas semanas de búsqueda de datos sobre el personaje, después de leer artículos, semblanzas y entrevistas, y de releer en algunos casos, o descubrir en otros, parte de su producción literaria, creo que Luis Carandell ha marcado con su trabajo un camino a seguir. Frente al periodismo servicial, guiado por intereses económicos o políticos, y frente a cierto tipo de periodista dado en pontificar sin tener conciencia exacta de la responsabilidad del oficio y del compromiso con la sociedad, Luis Carandell se muestra como el ejemplo de periodista observador, sagaz y reposado, activo, independiente, no histriónico, lúcido y pertinente. De ese tipo de periodistas que la profesión debe recordar y emular. Eso sí, ya desde hace algunos años, y ahora que lo he vuelto a intentar, me sorprende negativamente lo difícil que es encontrar sus libros en librerías y en algunas bibliotecas, por estar agotados o descatalogados. No entiendo que no se haya hecho una revisión y reedición de su obra, aunque confío en que se contravenga este celtibérico olvido con motivo del décimo aniversario de su muerte, en el próximo verano de 2012.

Bibliografía.
-ABC. Artículo “Muere Luis Carandell, certero cronista de la España cañí”, de Trinidad de León, 30 de agosto de 2002.
-Blog de Iñaki Anasagasti. Artículo “Carandell resucitado”, 20 de julio de 2011.
-Canal 19 TV, Guadalajara. Reportaje “Atienza rinde un emotivo y entrañable homenaje a Luis Carandell”, 30 de junio de 2010.
-“Celtiberia Show”. Luis Carandell. Madrid, 1970.
-Contracultura.es. Entrevista a Luis Carandell, por Raúl Minchinela, 24 de marzo de 2000.
-“Diccionario de españología”. Luís Carandell. Madrid, 1998.
-El País. Artículo “El periodista fundamental en el panorama informativo de la transición”, de Elsa Fernández-Santos, 30 de agosto de 2002.
-El País. Artículo “Un caballero”, de Eduardo Haro Tecglen, 30 de agosto de 2002.
-El País. Cartas al Director. Natacha Seseña, 17 de septiembre de 2002.
-El Periódico. Entrevista a Luis Carandell, por Pau Arenós, 2001.
-La Vanguardia. Artículo “El dolor de la ausencia”, de Oriol Pi de Cabanyes, 22 de septiembre de 2002.
-Triunfodigital.com.
-“Tus amigos no te olvidan”. Luis Carandell. Madrid, 1975.
Pedro Serrano Solana. Diciembre de 2011.

Crisis de valores y de sistema.