martes, 25 de febrero de 2014

Operación Palace

Tuve la suerte de que se me agotara la batería del móvil unos minutos antes del inicio de Operación Palace, el falso documental de El Terrat sobre el golpe de Estado del 23F. Fue una suerte porque ya estoy cogiendo la mala costumbre de ver muchos programas con un ojo en Twitter, y no sólo me pierdo detalles sino que también me expongo al ruido tuitero. Así, con el móvil descansando, mi mujer y yo nos tapamos con una manta en el sofá y asistimos boquiabiertos a la sucesión de imágenes, informaciones y testimonios que se fueron desplegando ante nosotros con estudiada (y demasiado perfecta) sencillez. No tardamos en compartir resoplidos, espasmos y risas. Creo que empecé a decir “no puede ser” a los cinco minutos, y tuve que descojonarme cuando me imaginé esa mesa de altos cargos debatiendo sobre directores de cine, nada menos que justo después de decidir que España caminara sobre el alambre espinoso de un falso golpe de Estado. Y no, no me voy a poner espléndido diciendo ahora que no me lo creí, pero sí afirmo que me costó creerlo, que hice un esfuerzo por ponerme serio y tragármelo, y que si lo hice fue sobre todo por Iñaki Gabilondo, Federico Mayor Zaragoza y Jordi Évole. Me reí a pesar del dramatismo y la angustia de aquel 23 de febrero que dejó en mi nebulosa memoria de niño una sensación de excepcionalidad e incertidumbre. Y más me reí cuando al final del documental se descubrió que todo lo relatado en Operación Palace era otra teoría y que la verdad seguía oculta. Exclamé “¡Qué hijos de puta!” con una sonrisa en los labios, y luego me encantó ver a los invitados riendo y bromeando sobre el documental. Reconozco que disfruté.

Sabedor de que Twitter debía ser un hervidero, conecté mi móvil y me vi sorprendido por las iracundas opiniones de muchos periodistas y telespectadores. En mitad de todo ese ruido también pude leer críticas razonadas y comprensibles, pero básicamente, con el paso de las horas se fueron creando dos grandes frentes: los proévole y los antiévole; por un lado, los calificativos de “genio” y “crack”, y por otro los de “payaso” y “niñato”. No creo que Évole se sienta representado por los dos primeros, y afirmo que los dos últimos están mucho más lejos todavía de la realidad. He leído varios artículos y muchos tuits sobre Operación Palace y en algunos de ellos intuyo mucha víscera y poca reflexión, además de un fondo de manía personal hacia el presentador de Salvados. En otros en cambio puedo entender lo que se dice: que aquel momento histórico fue muy delicado y que no se debe frivolizar, que confiaban en Évole, que les había manipulado... Las críticas (y a veces los insultos) también han salpicado a los invitados del falso documental, a los que entre otras cosas se les pone como muestra de lo bien que mienten los políticos y los periodistas en nuestra España. ¿Tan difícil es interpretar leyendo un guión? ¿Piensan que fueron ellos mismos los que tramaron la historia y eligieron las palabras? La indemnización en diferido sí que merece el Óscar.

Mi opinión sería distinta si al final del documental no se hubiera dicho la verdad. Para mí es tan sencillo como eso. Los indignados, ¿Nunca han mentido? Y si lo han hecho, ¿alguna vez lo han admitido un segundo después? Muchos profesionales de la comunicación han puesto el grito en el cielo, pero, ¿Admiten las noticias-chorra que nos cuelan el día 28 de diciembre? Porque seguro que habrá alguien que se las haya creído… ¿Y qué me dicen de los periodistas que hacen publicidad de bancos y coches? ¿Y de ese híbrido infumable que son los carruseles deportivos? ¿Y qué me dicen de los que escriben editoriales, columnas de opinión y hasta noticias al dictado de intereses políticos y empresariales, y encima cobrando por ello? Todos esos personajes no añaden un asterisco al final de sus consejos publicitarios o de sus artículos laudatorios advirtiendo del engaño y justificándose en la necesidad de ganarse el pan. A esos muchas veces se les aplaude y se les jalea porque dicen la mentira que queremos oír, la que se amolda a nuestro modo de ver las cosas y a nuestra ideología. En El estilo del periodista, uno de los libros de cabecera de todo periodista en formación, Álex Grijelmo expone la necesidad de diferenciar los géneros del periodismo como parte del compromiso entre el informador y el ciudadano: en la prensa escrita, en teoría, está más clara la diferencia y con ello el lector está prevenido antes de leer un texto. La mentira y la manipulación no son un género periodístico pero los sobrevuelan todos, y en cualquiera se nos pueden colar. ¿Qué pasa con la tele? ¿Y qué pasa con Salvados? Voy a obviar de momento que Operación Palace estaba desligado de Salvados, pero aunque se hubiera presentado como tal, ¿Es que nuestra predisposición es la de creernos todo lo que nos dicen? En Salvados se unen interpretación, opinión e información, como suele ser habitual en el rico género del reportaje. No es un informativo puro y duro y no está para creérnoslo a pies juntillas, pero tampoco los informativos están para que nos los traguemos sin rechistar. La sutileza de la mentira y de la manipulación se asoman a diario a las televisiones, los periódicos y las radios sin que se forme tanto revuelo.

He leído a algunos que dicen que Évole y su gente han liado este espectáculo para ganar audiencia, pero, ¿no está admitido que en televisión existe esa dictadura de las cifras y del “share”? Además, ¿no es cierto que los de Salvados ya cuentan con el favor de los telespectadores, y que no necesitan llamar la atención con este golpe de efecto? Junto al hecho de que al final de Operación Palace ellos mismos descubrieran el pastel, hay un par de detalles que demuestran el tacto de El Terrat en todo este asunto: por un lado, en las ‘promos’ del programa daban pistas de que lo que estaba por venir no tenía por qué ser palabra de Dios; por otro, como he dicho antes, este proyecto se desligó premeditadamente de la marca Salvados, de ese sello ya lustroso que imprime seriedad y rigor en los reportajes; se dijo que era “una historia de Jordi Évole”, sin más. Sin embargo, se emitió en el mismo día y la misma franja horaria de Salvados, y ahí quizá sí que hubo error. Yo lo hubiera programado para el sábado, por ejemplo, aunque el 23-F cayera precisamente en domingo.

Y al final de todo esto, ¿No volveré a creer en Jordi Évole, en Iñaki Gabilondo o en Federico Mayor Zaragoza? Pues sí que creeré en ellos pero no creeré demasiado en otros medios de comunicación, y seguiré sometiendo a mi limitado juicio todo lo que me entre por los sentidos lo diga quien lo diga. Así lo he hecho siempre. Para que se vea que no soy un fanático defensor de Salvados, recuerdo que mi juicio crítico me hizo protestar cuando Jordi Évole vino a Murcia a hablar del Aeropuerto de Corvera y no entrevistó a ningún periodista murciano, sino a uno que se trajo de fuera. También protesto cuando veo que pasan los meses y no hace un reportaje sobre la situación de Lorca después de los terremotos, asunto lamentable que debería tenernos en pie de guerra a todos y que merecería más atención de los medios nacionales; y protesté cuando Salvados desperdició un domingo sentando a la mesa a Artur Mas y a Felipe González, porque entendí que eso no era Salvados, que Salvados debe estar del lado de los ciudadanos y vigilando al poder político y económico. Entonces leí tuits exageradamente laudatorios hacia Évole, al que entronaban como maestro del periodismo por el simple hecho de haber moderado a esos dos personajes, pero reconozco que, siendo molestas las adulaciones exageradas, me molesta más leer que le llamen payaso. Jordi Évole no es ni una cosa ni la otra, es sólo un periodista al que le intuyo honestidad y valentía, que trata de hacer su trabajo bien y que se equivoca como todos. Para muchos quizá con Operación Palace se equivocó, quizá no hizo “periodismo” (¿Qué es periodismo?) sino entretenimiento (¿Qué es entretenimiento?) pero desde luego no se merece la hoguera de los académicos.

Crisis de valores y de sistema.