Quizá “compromiso” sea la palabra
más prostituida de los últimos tiempos. Tiempos oscuros. Los expertos en
manipulación ya lo advirtieron cuando enunciaron aquello de que una mentira
repetida mil veces se convierte en realidad, pero repetir la palabra “compromiso”
un millón de veces no convierte al que la pronuncia en un ser comprometido. No,
con la palabra compromiso no debería funcionar porque está ligada como ninguna
otra a la demostración, a los actos, al ejemplo… Y sin embargo vemos que hay
empresas que hacen de ella su santo y seña publicitario sin molestarse en
disimular. Por ejemplo los bancos (¡Ay! Los bancos…) se han abonado a esto del “compromiso
de cartel”. Y las compañías de telefonía, y tantas y tantas multinacionales…
También vemos que los miembros de
algunos partidos políticos siempre tienen el compromiso en la boca, y no en la
mente o en las manos. Siempre en la punta de sus lenguas, como el saltador se
pone en el extremo del trampolín, el compromiso se lanza en cuanto puede sobre
la gomaespuma de los micrófonos y luego rebota y cae al suelo, y allí lo pisa
todo el mundo y queda olvidado. Mira que me he esforzado durante años en
defender la dignidad de los políticos, sus buenas intenciones, su entrega a los
ciudadanos en nombre de unos ideales limpios y puros... Mira que cada vez que
ha salido el asunto en amigables tertulias, he tratado de separar a los ineptos
de los eficaces y a los corruptos de los honestos, y cada vez me lo han puesto más difícil. No bajaré los brazos y aún hoy afirmaré que entre los políticos
hay gente honesta, pero veo que el porcentaje es menor de lo que yo pensaba. Hay
muchos que se recrean en una serie de convenciones y todo lo que dicen me
resulta acartonado, artificioso; todo lo que proclaman me resulta publicitario
y hueco. Están mimetizados con la superestructura escenográfica del poder. “Compromiso”, repiten: con su país, con los ciudadanos, con sus ideas…
Pondré un ejemplo concreto que es
el que me ha llevado a escribir estas letras: el de los políticos que ocupan un
cargo electo y se marchan a mitad de legislatura porque les ofrecen un puesto “mejor” (lo que en una empresa se entendería por un ascenso,
por una promoción): al alcalde que nombran ministro, como a Gallardón, o al presidente
de una comunidad que nombran eurodiputado, como a Valcárcel. Ahora también se barrunta
una “asunción” a los cielos de Susana Díaz hasta lo más alto del pedestal
socialista, aunque está por ver si finalmente sucede y si la presidenta de la
Junta de Andalucía acepta el ascenso. Es curioso: los políticos parecen
agarrarse a la poltrona cuando salta un supuesto caso de corrupción que les
afecta directa o indirectamente, o cuando la cagan descaradamente, o cuando ven
que sus decisiones han fracasado, o cuando se aprecia que han perdido la
confianza de los ciudadanos, y entonces el compromiso asoma de nuevo por la
ranura y lo esgrimen como excusa para no dimitir. Dicen: “Me debo a la
ciudadanía que me ha votado”, “debo cumplir mi mandato”, “es mi responsabilidad
seguir hasta las próximas elecciones y que sea la gente la que decida”. Pero
cuando les llaman desde arriba para ese nuevo y prestigioso puesto, pies para
qué os quiero.
¿Qué pasa con los que votaron a Gallardón como alcalde de Madrid, o a Valcárcel como presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia durante cuatro años? ¿Por qué han de tragarse a Ana Botella o a Alberto Garre, a los que no han votado? ¿Qué hay del compromiso con los ciudadanos? A Valcárcel se le ha llenado la boca de murcianía durante estos largos años, pero ahora va y deja tirados a sus votantes para irse a Bruselas. Todavía dirá que se va para defender los intereses de Murcia, pero es que para eso precisamente lo votaron, para que los defendiera desde San Esteban. ¿A nadie le indigna esa falta de compromiso? La palabra compromiso sin un acto que la demuestre no significa nada. Cualquier persona debe pensar lo que hace y hacer lo que dice; todos deberíamos ser coherentes con nuestras ideas y nuestras palabras, pero en el caso de un político esa obligación ha de venir grabada en el ADN y no sólo en la lengua.
¿Qué pasa con los que votaron a Gallardón como alcalde de Madrid, o a Valcárcel como presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia durante cuatro años? ¿Por qué han de tragarse a Ana Botella o a Alberto Garre, a los que no han votado? ¿Qué hay del compromiso con los ciudadanos? A Valcárcel se le ha llenado la boca de murcianía durante estos largos años, pero ahora va y deja tirados a sus votantes para irse a Bruselas. Todavía dirá que se va para defender los intereses de Murcia, pero es que para eso precisamente lo votaron, para que los defendiera desde San Esteban. ¿A nadie le indigna esa falta de compromiso? La palabra compromiso sin un acto que la demuestre no significa nada. Cualquier persona debe pensar lo que hace y hacer lo que dice; todos deberíamos ser coherentes con nuestras ideas y nuestras palabras, pero en el caso de un político esa obligación ha de venir grabada en el ADN y no sólo en la lengua.