En cuarto curso de Periodismo hay una asignatura llamada Historia del Periodismo, y de entre las prácticas que incluye, hay una que consiste en indagar y contar la vida y obra de un periodista de libre elección. No tuve muchas dudas a la hora de escoger el mío: Luis Carandell. Los motivos de mi admiración por este barcelonés-madrileño-ciudadano del mundo se vieron acrecentados al finalizar el trabajo, y ahora lo admiro aún más de lo que lo admiré cuando vivía. Recuerdo con especial cariño su etapa en Las Mañanas de RNE a mediados de los 90, junto a Julio César Iglesias, Chumy Chúmez y Eli del Valle, cuando llenaba las ondas con su inconfundible tono de voz, con su sentido del humor y su ingenio. Ahora que se acerca el décimo aniversario de su fallecimiento (29 de agosto de 2002), creo que es buen momento para hacerle un pequeño homenaje.
Este trabajo sobre Carandell, sin ser excesivamente profundo ni demasiado largo, excede la longitud de un texto que se pueda leer con comodidad en Internet. Por eso, lo dividiré en dos entregas. Su esquema es el siguiente (en esta entrada incluyo el texto hasta el punto 4):
1.- Los primeros años
2.- De Madrid, al mundo
3.- El Celtiberismo
4.- Más españología
5.- La transición, el periodismo
parlamentario y los años 80
6.- Los años 90, conferencias y tertulias
7.- El final. De cómo era Luis Carandell en
boca de sus amigos
8.- Premios y reconocimientos
9.- Conclusión
10.- Bibliografía
1.- Los primeros años
Luís
Carandell Robusté nació en Barcelona en 1929, en el seno de una familia
acomodada. Hijo de un abogado del Comité Cotoner (algodonero) de Cataluña, era
el mayor de siete hermanos. Cuando estalló la Guerra Civil se marchó con su
familia a Francia, y poco después regresó a España y pasó algunas temporadas en
Mas de Bové, en Reus, junto a sus abuelos. Según contaba el mismo Carandell en
el primer tomo de sus memorias (publicado bajo el título “El día más feliz de
mi vida”, y que él mismo definía como “la historia de un chico nacionalcatólico
convertido a la verdadera fe”), quizá fue allí, con sus abuelos, donde se
impregnó de la socarronería del Payés y del arte de contar anécdotas. También
allí recibió un cálido impacto de la niñez que luego recordaría siempre: “el
olor de la infancia es el olor al pan. Cuando caía algún trozo, la abuela nos
obligaba a recogerlo del suelo y besarlo”. Y si para Luis Carandell el del pan
era el olor de la infancia, el sabor que le hacía retroceder en el tiempo era
el del estofado de su abuela. Siendo adulto, si se encontraba de nuevo con el
mismo sabor, en ese momento le venía la abuela “con todas sus reconvenciones”.
Carandell
fue educado de manera rigurosa, algo que ejemplificó del siguiente modo: “Un
día se me cayó encima un armario lleno de libros y mi madre me miró: ¿te has
hecho daño? No le dio mucha importancia ni llamó a alguien para recogerme del
suelo. Somos una generación bastante dura”. En la infancia también tuvo ocasión
de vivir un hecho curioso que luego, en la edad adulta, resumiría con la
siguiente frase: “soy el único progre español que ha jugado con Carmencita
Franco”. Su padre trabajaba en la Junta Técnica y tuvo que pasar un tiempo en
Burgos. A veces invitaban a los niños a jugar con la hija de Francisco Franco
en el Palacio de la Isla, y durante esas sesiones de divertimento infantil, la
mujer del dictador les sacaba bocadillos de mortadela para merendar. Tantas
veces se repitió la situación, que quedó impregnada en la memoria de Luis
Carandell con el siguiente silogismo: “mortadela igual a Franco”. La única vez
que se encontró en persona con él, Franco iba vestido de militar y se disponía
a partir para la batalla de Teruel: “me dio un capón y yo le di la mano”.
Cuando volvió a casa, el pequeño Luis se lo contó a su madre: "Y eso que yo
siempre me he distinguido por ser antifranquista. Así se escribe la historia”.
En sus memorias, Carandell afirmó: "Otras personas se formaron con Sartre,
Camus o Heidegger. Yo me he formado con la Iglesia Católica y con Franco. Son
los dos temas de mi vida y si sé algo más, se lo debo a mis amigos”. Entre los
más antiguos, además de Blas de Otero, Rafael Sánchez Ferlosio y Carmen Martín
Gaite, estaban su cuñado José Agustín Goytisolo y Mario Lacruz, quienes iban a
su casa a hacer funciones de teatro: “Ellos me hablaban de
Camus y descubrí la injusticia, me inicié en el periodismo, viajé…”.
2.- De Madrid, al mundo
En
1947, con dieciocho años, Luis Carandell se instaló en Madrid, se licenció
Derecho y en 1952 inició su fructífera trayectoria en el periodismo colaborando
con El Correo Catalán. Después llegaría su etapa de corresponsal, casi diez
años en los que viajó y conoció mundo: “Naufragas en una época y viene un barco
de guerra y te salva. Tal vez el barco de guerra para mí fue salir de España y
ver un poco la realidad del mundo”. Luis Carandell lo recalcó siempre que pudo:
“he tenido la suerte de viajar mucho gracias al periodismo y gracias, quizá, a
un cierto arrojo. El mundo es el sitio más bonito del mundo”. De ese modo descubrió
El Cairo, Tailandia, Singapur, Ceilán, Calcuta, la Unión Soviética y Japón, y
desde allí envió crónicas que se publicaron en El Noticiero Universal y en
otros medios españoles. Esos años de periodismo, principalmente en Oriente, de
viajes y de curiosa observación, acrecentaron su cultura aunque nunca alardease
de ello. La humildad sincera y no forzada de Luis Carandell se expresaba a
veces de este modo, sin ambages, ya en los últimos años de su vida: “tengo fama
de saberlo casi todo pero soy un impostor, lo soy en muchos aspectos”. Otro
saber que el periodista se trajo de Oriente, de los que más le gustaron por
considerarlo inútil, fue la papiroflexia. Con ella impresionaba a los niños y
llenaba las mesas y los suelos de las redacciones donde trabajó, a escondidas,
recogiendo después el asombro y admiración de sus compañeros de oficio. No fue
el único saber “inútil” que cultivó, ya que también le gustaban los muñecos de
trapo y “las artes pobres” en general. Carandell decía que “cuando se busca la
pura utilidad, no se hace nada de provecho”. En mitad de ese periodo de
corresponsal, de esos años de papiroflexia, viajes y absorción de cultura, Luis
Carandell hizo un pequeño paréntesis para contraer matrimonio en España con
Eloísa Jager, con la que más tarde tendría dos hijas.
3.- El Celtiberismo
Las corresponsalías en tierras
lejanas también le dieron a Luis Carandell una perspectiva impagable sobre
todas las cosas, pero por encima de todo sobre nuestro país: “el hecho de
haber pasado tanto tiempo fuera de España hace que cuando vuelves, la veas como
si fuera un país extranjero y te des cuenta de cosas que los que están
permanentemente en su ciudad no perciben tanto”. A partir de 1968 comenzó a
colaborar con la mítica revista semanal Triunfo, donde también escribía gente
como Manuel Vázquez Montalbán y Chumy Chúmez. El editor de Triunfo, José Ángel
Ezcurra, pidió a Carandell que hiciera algo cómico que fuera fácil de leer, ya
que se trataba de una publicación muy seria y que necesitaba un toque de humor,
y él se destapó elaborando una jugosa sección a base de seleccionar una serie
de hechos que definían el carácter e idiosincrasia de los españoles, o lo que
es lo mismo, de los “celtibéricos” (término que el periodista tomó de José
Ortega y Gasset). El material se componía de noticias de otros periódicos
nacionales o locales, anuncios publicitarios, hojas parroquiales, estampitas y
cualquier asunto de fabricación patria. Con Triunfo, Luis Carandell vio
revalorizada su firma y alcanzó gran popularidad, además de granjearse también
un buen número de enemigos. La personalidad inquieta y la capacidad de observación
del periodista no pudieron encontrar mejor escenario que la España de finales
de los años 60, un país aún gobernado con un régimen dictatorial, pero donde el
turismo extranjero comenzó a provocar un enorme choque cultural dando lugar a
sorprendentes circunstancias y hechos paradójicos. Un turismo principalmente de
sol y playa, nada menos, de bikini y destape. Así explicaba el propio
periodista su objetivo: “se trataba de mostrar aspectos en parte bárbaros, en
parte cómicos de la realidad española”.
En aquella España se daban al mismo tiempo cosas como ésta:
Situaciones como ésta:
Y anuncios de prensa como los tres que siguen:
Y si el valor de Celtiberia Show fue
retratar una parte importante de la historia de España, más valor adquiere por
el momento en el que Carandell lo llevó a cabo, justo cuando todo eso estaba
sucediendo y sorteando con brillantez a la censura todavía vigente. Según él
mismo contaba, “Triunfo era una revista muy formal, muy seria, la gente la
llevaba debajo del brazo para que se notara que no era franquista… Nosotros los
llamábamos “los del sobaco ilustrado”. El grupo inicial eran Monleón, Moreno
Galván, Haro Tecglen, De los Ríos, Márquez Riviriego… La revista se hacía
prácticamente con colaboraciones, había muy poca redacción y lo que se hacía
era una revisión intelectual que no ocultaba la política, aunque la disimulaba.
Entonces no se podía hacer política, y esa revista estaba más o menos
consentida por el poder porque sabían que estaba dirigida a los intelectuales,
y que el resto pues no la entendían y les daba un poco igual”. El “desprecio
por la cultura” del régimen franquista permitió a Triunfo avanzar de puntillas
sobre la censura, aunque en algún momento se traspasó el límite y la revista
llegó a ser secuestrada. Carandell lo contaba así: “quedamos todos como una
especie de oposición al régimen y tuvimos alguna llamada de algún tribunal,
pero no muy seria, porque como nos refugiábamos en el sentido del humor, los
jueces acababan riéndose y no incoaban el proceso porque lo encontraban
cómico”.
A Luis Carandell se le calificó de
muchas maneras durante su carrera, y una de ellas fue la de “francotirador
castizo”. Con Celtiberia Show asistimos a todo un ejercicio de periodismo del
más alto nivel, en el que el profesional de la observación y de la transmisión
de información es capaz de ponernos frente a una penosa realidad en bruto,
seleccionando unos hechos concretos y colocándolos en el orden apropiado;
calificándola sin el más mínimo comentario y pasando por encima de la censura
sin mancharse los pies. Según Carandell, “no hace falta adjetivar, no hace
falta decir que usted es un burro, sino que basta con decir la burrada que el
burro ha dicho para que se vea que es un burro. Si además se califica, parece
que se quiera influir en el lector. Yo he querido siempre describir la realidad
a través de lo que la misma realidad dice, sin necesidad de muchos
comentarios”. Afirmó que la tarea de recopilar el material para la sección de
Triunfo fue laboriosa al principio, pero que más tarde “empezaron a lloverme
historias, papeles, estampitas, programas, recortes… De toda España. Es decir,
me convertí en una especie de papelera celtibérica. La dificultad estaba en
seleccionar”.
En 1970 llegó el libro que reunía parte del material aparecido en Triunfo, “y tuvo una difusión extraordinaria que yo no podía siquiera imaginar”. La sección no había terminado, y lo que siguió después fue la publicación de una segunda parte que no alcanzó las cifras de ventas de la primera. En el prólogo del primer volumen, Luis Carandell completaba la definición sobre su Celtiberia Show: “Se trata de un museo o museíllo, donde las piezas, casos, perlas, joyas, cuadros, monumentos y tesoros del celtiberismo se alinean en abigarradas vitrinas. Son casos reales que por su carácter de objetos museables no requieren otro comentario que el meramente aclaratorio de su significado. El lector podrá comprobar que siempre que me ha sido posible (y no siempre me ha sido posible, porque no estoy inmune a las explosiones de un comprensible e hispánico cabreo), me he abstenido de sacar conclusiones o extraer moralejas de las piezas reunidas en mi galería”.
En 1970 llegó el libro que reunía parte del material aparecido en Triunfo, “y tuvo una difusión extraordinaria que yo no podía siquiera imaginar”. La sección no había terminado, y lo que siguió después fue la publicación de una segunda parte que no alcanzó las cifras de ventas de la primera. En el prólogo del primer volumen, Luis Carandell completaba la definición sobre su Celtiberia Show: “Se trata de un museo o museíllo, donde las piezas, casos, perlas, joyas, cuadros, monumentos y tesoros del celtiberismo se alinean en abigarradas vitrinas. Son casos reales que por su carácter de objetos museables no requieren otro comentario que el meramente aclaratorio de su significado. El lector podrá comprobar que siempre que me ha sido posible (y no siempre me ha sido posible, porque no estoy inmune a las explosiones de un comprensible e hispánico cabreo), me he abstenido de sacar conclusiones o extraer moralejas de las piezas reunidas en mi galería”.
Otros ejemplos de Celtiberia (libro muy recomendable y sin desperdicio):
Un libro de cocina (de Juana Oller y su equipo de doce amas de casa), revisado religiosamente por un cura, porque ya sabemos lo sexuales y blasfemas que pueden llegar a ser algunas frutas y hortalizas.
Los capitalistas ya estaban cansados en los 60, imaginaos cómo están ahora con las crisis.
Los botones de hotel, mejor chiquiticos.
"Niña simpática de 6 años se ofrece para publicidad para pagar colegio".
No nos extrañe que este año vuelvan los procedimientos de los años 60.
Y el colmo de aquella España, estampitas como ésta: misas y oraciones en honor de Hitler, quien, por supuesto, murió luchando (que nadie se entere de que se suicidó, que eso era pecado).
4.- Más españología
Ya
en la década de los 70, Luis Carandell trabajó para Informaciones, Por Favor y
Diario de Barcelona, pero no abandonó su interés por la observación inteligente
y por la plasmación irónica de la realidad de España en una época de
transformación. Uno de sus reportajes para Triunfo consistió en embarcarse en
un Seat 127 junto al fotógrafo Javier Miserachs, y recorrer la costa española
durante todo un verano. Y otro proyecto excepcional de estos mismos años fue la
biografía del fundador del Opus Dei, trabajo imprescindible que finalmente
llevó al papel en el libro “Vida y milagros de Monseñor Escrivá de Balaguer, fundador
del Opus Dei”, en 1975. A finales de los sesenta el Opus Dei “era la fuerza
moderna y tecnocrática que salvó al franquismo de una decadencia que ya era
patente a través del desarrollo económico”. Según Carandell, el consejo de
Escrivá era “identificar el éxito en la tierra con el éxito en el cielo,
santificar el trabajo”, y desde luego, según esa lógica, el trabajo del propio
Carandell para hacer la biografía del fundador del Opus Dei debió convertir en
santo al periodista: “me costó bastante, tuve que viajar por todos los lugares
donde él había estado, el lugar donde había nacido, el seminario donde había
estudiado, los comentarios de sus amigos y algunos familiares, y los
comentarios de los que lo habían conocido, porque no tuve ocasión de verle a él.
Me negaron el acceso a él pensando que yo iba a escribir una cosa contra él,
cuando lo que quería era escribir una cosa sobre él”.
El celtiberismo del fundador del Opus Dei se puede comprobar en el comentario que Escrivá de Balaguer le hizo a un invitado, en referencia al suelo de ónice de su salón: “¿ve usted este suelo? Pues está hecho de esas piedrecitas con las que las señoras ricas se hacen anillos”, o esa otra circunstancia descrita por Luis Carandell, cuando decía que Escrivá era capaz de “coger una imagen del niño Jesús en medio de una reunión de estudiantes, y ponerse a darle besitos al niño Jesús: muá, muá, muá… Esta es una escena cómica que para una película sería impagable”. Y prosigue Carandell: “con contar eso ya no necesitas decir “mira cómo era este señor”, sino simplemente contarlo, y esa es la técnica que empleé”. A pesar de las dificultades para realizar el trabajo, Carandell negó que luego recibiera represalias por parte del Opus Dei, aunque sí que contó que “supe de un señor del Opus que había entrado en una librería, había comprado mi libro de Monseñor Escrivá y había empezado a romper las páginas para mostrar el desprecio, pero nunca me ha pasado que un responsable del Opus me impidiera escribir en un sitio”.
El celtiberismo del fundador del Opus Dei se puede comprobar en el comentario que Escrivá de Balaguer le hizo a un invitado, en referencia al suelo de ónice de su salón: “¿ve usted este suelo? Pues está hecho de esas piedrecitas con las que las señoras ricas se hacen anillos”, o esa otra circunstancia descrita por Luis Carandell, cuando decía que Escrivá era capaz de “coger una imagen del niño Jesús en medio de una reunión de estudiantes, y ponerse a darle besitos al niño Jesús: muá, muá, muá… Esta es una escena cómica que para una película sería impagable”. Y prosigue Carandell: “con contar eso ya no necesitas decir “mira cómo era este señor”, sino simplemente contarlo, y esa es la técnica que empleé”. A pesar de las dificultades para realizar el trabajo, Carandell negó que luego recibiera represalias por parte del Opus Dei, aunque sí que contó que “supe de un señor del Opus que había entrado en una librería, había comprado mi libro de Monseñor Escrivá y había empezado a romper las páginas para mostrar el desprecio, pero nunca me ha pasado que un responsable del Opus me impidiera escribir en un sitio”.
En
ese mismo año de 1975 vio la luz otro proyecto celtibérico sobre el que el
periodista ya llevaba tiempo trabajando, el libro “Tus amigos no te olvidan”.
Carandell explicó que “como tenía un material tan amplio de cosas de todo tipo
en Celtiberia Show, había algunos aspectos de epitafios, necrológicas… Me había
dedicado durante un año a recorrer cementerios, que es una cosa por la que
tengo debilidad, y encontré cosas fantásticas”. El periodista se mostró como
tal ya en las primeras líneas del libro, comenzando el prólogo con un brillante
“La muerte es un tema que estuvo siempre, y sigue estando, de rabiosa
actualidad”, y después constató cómo, en la España contemporánea (aquella de
los 70), la muerte había sido desplazada y apartada de la vida cotidiana, y las
costumbres funerarias de los españoles estaban abandonando su típica
teatralidad. En las páginas del libro encontramos todo tipo de asuntos
celtibéricos relacionados con el tema: ritos funerarios, empresas del sector,
esquelas, supersticiones… Entre los epitafios, Carandell destacaba aquel que
decía: “Marianita, nos dejaste a los tres meses; ¡Qué pronto empezaste a darnos
disgustos!”. Siempre interesado en el lenguaje, Carandell también constató la
habitual presencia de la muerte en muchas expresiones cotidianas de nuestro idioma:
una bebida fuerte “levanta a un muerto”, cuando uno se desembaraza de un
problema “se quita el muerto de encima”, cuando está cometiendo un error grave
“está cavando su propia sepultura”, o aquella otra expresión que Carandell,
citando a Ramón Gómez de la Serna, afirmaba que contenía la más profunda
reflexión sobre la vida y la muerte: “estoy hecho polvo”. “Tus amigos no te
olvidan” concluye con otro momento brillante. El periodista nos cuenta el caso
de un cartero que tuvo que devolver una carta al remitente porque el
destinatario había muerto, y para justificar la devolución, el funcionario
escribió en el sobre: “Murió sin dejar señas”.
Próximamente colgaré la segunda parte de este trabajo, donde se cuenta la etapa de la transición a la democracia en España y los esfuerzos de Luis Carandell por retomar la actividad del periodismo parlamentario, en la que tuvo un merecido éxito.
Esta bien, pero la guerra no la pasaron en Francia, que estuvieron sólo unos días. Duranrte mis abuelos estuvieron en ·España, en zona nacional: primero en Burgos y luego en Bilbao. Al acabar la guerra regresaron a Barcelona.
ResponderEliminarGracias por la lectura y el comentario, Julita. En efecto, es como dices, y de hecho es lo que digo yo también: "Cuando estalló la Guerra Civil se marchó con su familia a Francia, y poco después regresó a España...". No digo que pasara la guerra en el país vecino. ¡Un saludo!
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