jueves, 2 de agosto de 2012

Luis Carandell: el periodismo humanista (y II)

En esta segunda parte del trabajo que dediqué a Luis Carandell, repasamos su etapa como cronista parlamentario, la consolidación de su carrera y su faceta como comentarista, tertuliano y contador de anécdotas. Siempre con la palabra exacta, con el verbo adecuado y con el ingenio a punto, así hablaba Carandell. Lúcido y humilde, es un ejemplo a seguir en esta selva del periodismo.





La transición, el periodismo parlamentario y los años 80

     Una vez muerto Franco, los acontecimientos políticos se fueron acelerando y no hubo tanto tiempo para el humor. Tras haber colaborado en “Cuadernos para el diálogo”, en 1978 entró a formar parte de uno de los periódicos esenciales durante la transición democrática en España, Diario 16, y comenzó su fructífera etapa de cronista parlamentario. En dicho ámbito llegó a ser muy valorado como fino observador de las sesiones del Congreso y, de hecho, después de su muerte se creó un premio con su nombre, el Premio Luis Carandell al Periodismo Parlamentario, que otorga el Senado. Entre los galardonados podemos señalar a Labordeta y, este mismo año 2011, a Iñaki Gabilondo.


     Ya en 1982 y de la mano del Jefe de Informativos de Televisión Española, José Luis Balbín, Carandell empezó a presentar un programa sobre las sesiones del Congreso. Carandell lo explicó así: "Lo que intenté fue conectar el parlamentarismo español de ese momento con el parlamentarismo español antiguo de las Cortes de Cádiz, porque había muchos televidentes que no sabían que la democracia y el parlamentarismo no eran una cosa inventada entonces, sino que tenía raíces que venían de 1810. Hay que pensar que España es el tercer país del mundo que hace una constitución liberal, tras Estados Unidos y Francia. Era muy importante resucitar el anecdotario de las cortes que va desde 1810 hasta 1936”. La brillantez de su planteamiento residió en despreciar a la dictadura demostrando que España era un concepto mucho más amplio que el que impuso el franquismo, y que los cuarenta años de represión habían sido un triste paréntesis en la trayectoria de un país con serios intentos de consolidar la democracia. Esa labor de Carandell se plasmó en los libros “El show de sus señorías” y “Se abre la sesión”, lo que en opinión del periodista, “significó dar el pulso humano y el ingenio de los parlamentarios españoles”. Sin embargo, en sus últimos años se lamentó de que los políticos españoles hubiesen perdido la capacidad de la oratoria: “Ya no hablan, leen”.

     Ya metido en asuntos “serios”, aunque sin perder la mirada despierta y el sentido del humor, Luis Carandell presentó el Telediario del fin de semana entre 1985 y 1987, y llegó a iniciar una edición con unos versos de Lope de Vega, y a acabar otra edición con unos versos de Víctor Hugo. Por entonces, el periodista tenía más que ganada la credibilidad de los españoles. Él mismo contó la siguiente anécdota: "Cuando hacía el telediario se me acercó una señora y me preguntó: "Señor Carandell, ¿qué tiempo le parece que va a hacer este fin de semana? Es que si usted me lo dice me quedo más tranquila"”. En 1987, Luis Carandell presentó un programa puramente cultural en TVE, “La hora del lector”, y en 1989 volvió a la prensa escrita con su trabajo en El Independiente y en El Sol.


Los años 90, conferencias y tertulias

     En 1990, Luis Carandell se incorporó a Antena 3 como presentador de su propio programa de televisión, “Carandelario”, y como contertulio en el programa de radio de Miguel Ángel García Juez. Recordando esta colaboración, Carandell admitía que nunca pasaban del primer tema de la tertulia: “siempre acabábamos hablando de otra cosa. Él tenía unos papeles e iba diciendo las noticias del día, y decíamos “déjese usted de eso, que lo importante de hoy es que me he comido unas pochas con codorniz que estaban extraordinarias””. En 1995 comenzó a colaborar en “Las mañanas de Radio 1”, de Radio Nacional de España, junto a Julio César Iglesias, Eli del Valle, Chumy Chúmez y otros personajes, contando las peripecias del santo del día. Dicha sección derivó en la publicación de un libro, “El Santoral de Carandell”, en 1996.

    El interés por las hagiografías le vino desde la infancia: “Los santos de mi santoral me los contaba mi abuela, y los milagros eran una cosa corriente para mí”. Luis Carandell destacaba un par de ellos: “Esa chica de Ávila a la que persigue un violador, y se mete en una ermita a orar a San Segundo, Patrón de Ávila, y le crece la barba, y luego entra el violador y le dice: ¿ha visto usted a una señorita por aquí?”. Y el raro milagro de San José de Cupertino, “que levitaba, y lo hacía de tal manera que los frailes tenían que atarlo a la pata de una mesa”. A pesar de haber tenido tanto interés en los santos y de haber sido educado en la férrea disciplina de la Iglesia Católica, Carandell expresó sus dudas religiosas aunque no llegara a considerarse ateo al cien por cien: “Ateo es demasiado… De la misma manera que no puedes saber si existe, tampoco puedes saber que no existe. ¿Cómo lo puedes asegurar? Tendrías que tener mucha fe, los ateos tienen mucha fe y yo no persigo tanto”. Mientras participó en “Las mañanas” de Julio César Iglesias, también intervino en la tertulia semanal de “Edición de tarde” de Radio Nacional, junto a Antonio San José.

     Durante los años noventa, además de todas las colaboraciones citadas, Luis Carandell se dedicó a dar conferencias y siguió participando en charlas y debates, o como él gustaba de llamarlas, en tertulias, algo que le apasionó desde siempre. El periodista admitió muchas veces “un gusto desmedido por la conversación”, a la que consideraba “el arte supremo, sin el que no podrían existir los demás”. De hecho, fundó su propia tertulia en la Taberna del Alabardero, en Madrid, junto al periodista ilicitano Vicente Verdú, y a Manuel Gutiérrez Aragón, Félix Santos, Ángel García Pintado, Fernando Castelló, José Antonio Gabriel, Andrés Berlanga o Miguel Ángel Aguilar, entre otros. Estudioso, aficionado y conocedor del asunto, Carandell dio unas claves sobre la tertulia española:


     “Cualquier reunión española que sea habitual, se puede llamar tertulia, aunque los andaluces también llaman tertulia a la fosa común del cementerio, lo que ya es humor negro español. Para la tertulia hay varias reglas y la primera sería tener lugar y tiempo fijos. La segunda es definir si es tertulia abierta o cerrada: en las abiertas puede entrar todo el mundo, y en las cerradas los contertulios se sientan siempre en el mismo sitio y toman siempre lo mismo. También hay tertulias con o sin director, y luego hay una tercera regla que es la que ha mantenido la tertulia española, que es hablar mal de los ausentes. Por eso nadie se marcha y todo el mundo acude”.


     También reflexionó sobre el hecho singular de la tertulia española: "Los españoles nos atrevemos a hablar de todo, y es asombroso. En Alemania no funcionarían jamás las tertulias que se emiten aquí en la radio porque la gente diría, “espere, voy a llamar a un vecino mío que es especialista en esto que dice usted y él se lo contará mejor que yo”. Aquí la gente se lee el periódico y sabe de todo”. Según Carandell, “esto viene de la tradición de la tertulia española, que es tan antigua como España. Aquí siempre se ha conversado por el placer de conversar, siempre se han hecho bromas, siempre se ha discutido de todo y las tertulias tienen una importancia que en otros países no tienen”. Reflexionando a su vez sobre la figura del periodista, Luis Carandell dijo: "El especialista sabe casi todo de casi nada, y los periodistas sabemos casi nada de casi todo”. Quizá por eso prefirió hacer uso de la anécdota en sus debates y tertulias, ya que para él, las anécdotas son “historia en pequeño, y la historia en pequeño ilustra mucho la historia en grande”. Para reforzar dicha opinión, Carandell contaba la anécdota del general carlista que “llegó a la plaza de L'Espluga de Francolí, formó a la tropa ante la iglesia y dijo: ¡Rompan filas y a engendrar carlistas!".


     En esos años Luis Carandell no abandonó su interés por los viajes, y también prosiguió con sus estudios de celtiberismo publicando un nuevo libro, “Diccionario de españología”, en 1998. En él no solo caben las palabras y el origen de expresiones típicamente españolas y más o menos humorísticas, los tacos y otros giros del lenguaje, sino también el sentido de muchas fiestas y costumbres, la gastronomía y otras muestras de la cultura popular de nuestro país, aunando de ese modo dos de sus pasiones (junto a los saberes inútiles, las tertulias y las anécdotas): el lenguaje y viajar. Al respecto, el periodista admitió: "Tengo preocupación por el lenguaje. A veces parece que estoy loco porque voy por la calle repitiendo “mur-cié-la-go”. Me hace gracia. Llamar a las cosas por su nombre es el principio de la reflexión. ¿Por qué se llama murciélago y no cantantuno? El escritor tiene que estar atento, confiar en su oído, en lo que la gente dice por la calle. Si no existieran los demás, no saldría ningún libro”. Completaba dichos argumentos en el prólogo de su diccionario españológico: “No hay mejor juego que el del idioma y nada más divertido y sorprendente que conocer los nombres de las cosas, y aprender de dónde vienen las frases hechas que repetimos sin reparar en ellas”.


El final. De cómo era Luis Carandell en boca de sus amigos

     A partir de 1999, Luis Carandell alternó su participación quincenal en el diario El País con una sección de opinión en el “Hoy por hoy” de Iñaki Gabilondo, en la cadena SER. También escribió sus memorias en dos volúmenes, aunque el segundo no pudo concluirlo. Son “El mejor día de mi vida”, ya nombrado en este trabajo y donde además se da testimonio de la España franquista, y “Mis picas en Flandes”, en el que también cuenta sus peripecias y viajes por el extranjero. Carandell, casado y con dos hijas, murió el 29 de agosto de 2002 en Madrid, a los 73 años, víctima de un cáncer de pulmón. Según se contaba en El País al día siguiente, él mismo había llamado unos días antes a la redacción del periódico para avisar de que ya no podría enviar más colaboraciones, consciente de que llegaba el final. Fue incinerado en el cementerio de la Almudena y sus restos fueron trasladados posteriormente a la localidad de Atienza, en Guadalajara, lugar del que estaba enamorado. En Atienza solía veranear desde los setenta y allí se instaló para pasar los últimos años de su vida.


     “Cuando él empezaba a hablar, todos callábamos. Desgranaba sus conocimientos sin hacer ningún esfuerzo, tenía una memoria siempre dispuesta”. Así se expresó Vicente Verdú tras la muerte de su amigo Luis Carandell. Otro contertulio decía del periodista que “tenía tantas anécdotas, y tan buenas, que era inagotable. Era un genio de la literatura oral”. “Había tanta generosidad en él, que hasta cuando contaba algo contra alguien, ese alguien salía beneficiado”, y añadía que Luis Carandell “tenía el don de la generosidad intelectual”. Según Margarita Rivière, Carandell “era la persona que menos importancia se daba del mundo. La suya no era propiamente humildad, sino una mirada sobre la vida siempre distanciada y con enormes dosis de ironía”. Josep María Castellet añadía que “era amigo incluso de sus enemigos”. Uno de los calificativos más acertados, quizá, de los que recibió Luis Carandell tras su muerte, le llegó a través de una carta al director de El País, firmada por Natacha Seseña: le llamaba “gran microhistoriador”. En ese mismo artículo, su autora afirmaba que “Luis era capaz del más alto humor y, al mismo tiempo, la mayor consideración y ternura, atributos que su inteligencia supo llevar a las más altas cotas. Como niño de la guerra observó todo, que era mucho, quizá en silencio, y lo fue hilando y afinando en el huso de su pensamiento para darlo a los demás en sus artículos, crónicas, libros y conversas”.


     De la huella que Luis Carandell dejó, casi más impactante que todas esas reacciones justo tras su muerte sea el homenaje que recibió en 2010 en Atienza, ocho años después, donde todavía arrancó lágrimas y por supuesto, muchas sonrisas. Organizado por la Diputación Provincial de Guadalajara y por la Asociación Sibilias de Atienza, y con la asistencia de su mujer, sus hijas y un buen número de amigos y familiares, se destapó una placa conmemorativa en la casa donde vivió el periodista, se debatió sobre su figura y su obra y hasta hubo un pasacalles y un concierto de órgano, algo que su viuda, Eloísa Jager, afirmó que “a Luis le habría encantado”. Luis Carandell reflexionó en sus memorias sobre la muerte de su madre, afirmando lo siguiente: "Hay muertes en las cuales el dolor de la ausencia se ve compensado por la admiración ante la forma en que el fallecido vivió. La vida es una obra, y una obra bien hecha debe despertar más aplauso que llanto". En el referido homenaje de 2010 en Atienza, Carandell también obtuvo un nuevo aplauso.


Premios y reconocimientos

     Luis Carandell fue nombrado “Hijo Adoptivo de Madrid” en 1980. Recibió el Premio de Periodismo Madrid 1988, concedido por la Cámara de Comercio e Industria de la capital, y en 1990 se le otorgó el título de "Guía honorario" por parte de la Asociación Profesional de Informadores Turísticos de Madrid. En 1995, el Consejo de Ministros le concedió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Fue miembro del consejo director de la Asociación de Periodistas Europeos, y desde 1993 lo fue también del consejo literario del Centro Internacional del Humor, con sede en Granada. Uno de los galardones que más ilusión le hizo fue el de Caballero Honorario de la Caballada de Atienza, fiestas de especial relevancia en esa población de Guadalajara. Así mismo, el Círculo de Bellas Artes de Madrid le otorgó la Medalla de Oro de la entidad a título póstumo en el año 2002.


Conclusión

     La elección de Luis Carandell para este trabajo de Historia del Periodismo vino motivada por la admiración que sentía hacia el personaje, ya desde aquellas intervenciones en “Las mañanas de Radio 1”, y la primera razón quizá no fuese exclusivamente periodística sino de sensaciones personales: el timbre de su voz, la manera en la que exponía sus historias y contaba sus anécdotas, el tono sosegado y ese aire de persona culta y al mismo tiempo sencilla, me despertaban eso que hoy en día llamamos “buen rollo”. En cualquier ámbito de la vida admiro la sencillez como principio básico, como rasgo de inteligencia, y también la humildad de quien, sabiendo mucho, es consciente de que no lo sabe todo. No lo conocí en persona, así que en la distancia física -pero en la proximidad de la radio, la televisión y la palabra escrita-, Luis Carandell parecía poseer todas esas cualidades: sencillez, una gran cultura y la inteligencia suficiente como para administrarla con humildad.

El primer recuerdo que tengo del periodista es el de presentador del Telediario de fin de semana, aunque ya hubiese escuchado su particular voz en muchas ocasiones. Mis padres lo conocían bien porque durante la transición democrática, y después, además de ser asiduos compradores de Diario 16 siempre estaban al tanto de lo que se cocía en el Congreso de los Diputados. A medida que fui creciendo, y ya no sólo como receptor de información sino también en el intento de someter la información a análisis y crítica, fui diferenciando la actividad y la manera de hacer de los medios y de los periodistas. Y en esa selección de lo que me gustaba y de lo que no me gustaba, y de las razones de tal selección, Luis Carandell siempre estuvo en un plano positivo. Ahora, en las últimas semanas de búsqueda de datos sobre el personaje, después de leer artículos, semblanzas y entrevistas, y de releer en algunos casos, o descubrir en otros, parte de su producción literaria, creo que Luis Carandell ha marcado con su trabajo un camino a seguir. Frente al periodismo servicial, guiado por intereses económicos o políticos, y frente a cierto tipo de periodista dado en pontificar sin tener conciencia exacta de la responsabilidad del oficio y del compromiso con la sociedad, Luis Carandell se muestra como el ejemplo de periodista observador, sagaz y reposado, activo, independiente, no histriónico, lúcido y pertinente. De ese tipo de periodistas que la profesión debe recordar y emular. Eso sí, ya desde hace algunos años, y ahora que lo he vuelto a intentar, me sorprende negativamente lo difícil que es encontrar sus libros en librerías y en algunas bibliotecas, por estar agotados o descatalogados. No entiendo que no se haya hecho una revisión y reedición de su obra, aunque confío en que se contravenga este celtibérico olvido con motivo del décimo aniversario de su muerte, en el próximo verano de 2012.

Bibliografía.
-ABC. Artículo “Muere Luis Carandell, certero cronista de la España cañí”, de Trinidad de León, 30 de agosto de 2002.
-Blog de Iñaki Anasagasti. Artículo “Carandell resucitado”, 20 de julio de 2011.
-Canal 19 TV, Guadalajara. Reportaje “Atienza rinde un emotivo y entrañable homenaje a Luis Carandell”, 30 de junio de 2010.
-“Celtiberia Show”. Luis Carandell. Madrid, 1970.
-Contracultura.es. Entrevista a Luis Carandell, por Raúl Minchinela, 24 de marzo de 2000.
-“Diccionario de españología”. Luís Carandell. Madrid, 1998.
-El País. Artículo “El periodista fundamental en el panorama informativo de la transición”, de Elsa Fernández-Santos, 30 de agosto de 2002.
-El País. Artículo “Un caballero”, de Eduardo Haro Tecglen, 30 de agosto de 2002.
-El País. Cartas al Director. Natacha Seseña, 17 de septiembre de 2002.
-El Periódico. Entrevista a Luis Carandell, por Pau Arenós, 2001.
-La Vanguardia. Artículo “El dolor de la ausencia”, de Oriol Pi de Cabanyes, 22 de septiembre de 2002.
-Triunfodigital.com.
-“Tus amigos no te olvidan”. Luis Carandell. Madrid, 1975.
Pedro Serrano Solana. Diciembre de 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Crisis de valores y de sistema.