miércoles, 9 de abril de 2014

Operación Bambos (zapatillas de deporte)

Como consumidor de ropa y calzado no resulto un objetivo rentable para las grandes marcas, pero tampoco puedo ir desnudo (la humanidad no se lo merece) ni descalzo (mis pies no se lo merecen). Cuando encuentro una prenda y unos zapatos que me gustan y que me son cómodos, uso ambas cosas, ropa y calzado, una y otra vez hasta que revientan y mueren. Por eso antes o después me veo en la obligación de pasar el duro trance de ir de compras, de buscar ropa y calzado cómodos que me duren por lo menos otros diez o quince años. Y cada vez es más difícil porque hoy las cosas no duran nada... Hasta los bambos tienen dentro el chip de la obsolescencia programada.

Dentro de mi Plan Personal de Reducción de Emisiones de CO2 (que coincide en muchos puntos con mi Plan Personal de Vida Saludable), hace unas semanas pensé que necesitaba unos bambos nuevos. Ya sabéis, así llamamos en Murcia a eso que fuera llaman "bambas", "tenis" o "zapatillas de deporte". Pensé que necesitaba unos bambos nuevos porque tengo la costumbre de ir al trabajo en bici o andando, y aunque dos kilómetros y medio no es una distancia demasiado larga, quiero andar cómodo y no lastimarme los pies. Por eso puse en marcha otro de mis planes, el Plan Personal de Consumidor Responsable (que a su vez se enmarca dentro de mi Plan Personal de Ciudadano Disidente) y empecé a buscar un calzado hecho en España. Pronto comprobé que la misión no era fácil: miré en alguna tienda, me probé un par de bambos... Y a la pregunta final de "¿Dónde están fabricados?", una de las veces me respondieron "en Bangladesh" y la otra "en Taiwán". Como tampoco tenía prisa, y consciente de que en pocos días debía acercarme a Elche para recoger mi título de Periodismo y para locutar en el programa de Radio UMH en el que colaboro, decidí esperar. Si hay un calzado hecho en España, me dije, seguro que se vende en Elche.

El día señalado me acerqué a un Parque Empresarial de la ciudad ilicitana y entré en la tienda-almacén ("outlet", lo llaman) de una conocida marca española de calzado deportivo. Dí por hecho que todo lo que había allí era hecho aquí. Me equivoqué. Después de probarme unos bambos bonicos y cómodos, cuando ya tenía la tarjeta de crédito en la mano, pregunté a la dependienta el lugar de fabricación y, con una mueca, me respondió: "En China". "¡¿Cómo es posible?!", le dije, y ella se encogió de hombros: "Después de dos ERE, han echado a todo el mundo y han cerrado la fábrica". "¿Y cómo es que siguen fabricando calzado en China?". "Pues para pagar las deudas, porque les sale más barato que fabricarlo aquí". Lo confieso: pagué los bambos y me los quedé, no sin antes lastimar nuestra suerte y maldecir a la pena negra. Compartí mi indignación pero me llevé los putos bambos y me los pongo para andar.

En muchas ocasiones, el más activo contra el sistema y el que más lucha contra la injusticia es el que menos lo parece. A veces el mayor de los ecologistas (para mí, ecología = justicia social) es el ciudadano humilde que se preocupa en reciclar sus residuos; en caminar y usar el transporte público; en saber qué cojones hace el banco con sus ahorros y dónde los invierte (aunque no le regalen una vajilla por ello); en comprar con responsabilidad y no dar su dinero a las empresas que explotan a las personas y al medio ambiente, o a las que defraudan a la Hacienda Pública con triquiñuelas legales y así se evitan contribuir al mantenimiento de la Sanidad o de la Educación de todos. A veces el mayor de los activistas contra las injusticias del sistema es el que se esfuerza a diario en transmitir a sus hijos que existen formas pequeñas (pero muy efectivas) de practicar la disidencia. Iniciar la revolución y cambiar las cosas ya no es tan "sencillo" como ir y quemar la Bastilla; tampoco se logrará tirando piedras y quemando contenedores. Aquí vuelvo a repetir dos frases de José Esquinas que me marcaron:

-"Hagamos de nuestro carrito de la compra un carro de combate".
-y "si crees que no puedes hacer nada porque eres muy pequeño, es porque nunca has intentado dormir con un mosquito en tu habitación".

Sabemos que estamos inmersos en una gran estafa, pero no somos del todo conscientes de nuestro papel esencial como colaboradores necesarios. Tenemos más poder del que nos imaginamos. Nos hablan de cifras macroeconómicas, de recuperación, de creación de empleo... Pero lo cierto es que, tal y como está montado, este sistema capitalista globalizado ha terminado por plegar a los gobiernos democráticos occidentales y por seducir a los regímenes dictatoriales de otras latitudes. Todos ellos se han rendido al poder del dinero y por él venden hasta a sus santas madres, y sinceramente, no tengo ninguna esperanza en que los "líderes" políticos sean capaces de frenar la injusticia. Por eso me dan igual los datos de los que hablan: nada ha cambiado y nada cambiará si nosotros no nos ponemos manos a la obra.

Yo quiero ser coherente, y si no me gusta este mundo injusto, está bien que predique de palabra y que vaya a manifestaciones y tal, pero sobre todo debo predicar con la práctica diaria, con el ejemplo. No puedo andar por ahí juzgando y condenando al personal, estar todo el día quejándome en plan lastimero, y luego contribuir alegremente al mantenimiento de la injusticia y la desigualdad del sistema comprándome unos putos bambos hechos en China. Y encima bajo una marca que crearon y mantuvieron con su esfuerzo muchos trabajadores españoles que ahora están en la calle. La culpa no es de los chinos que trabajan a destajo por cuatro míseras perras, ni de los pobres de Bangladesh que murieron hace unos meses mientras tejían para muchas firmas internacionales, incluida alguna española. La culpa es de este sistema que va quemando la hierba allá por donde pasa. El puto sistema me ganó una batalla, me compré los bambos, pero la guerra no ha terminado.


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Crisis de valores y de sistema.