Están
los sueños que se persiguen y los que se sueñan, aunque a veces se mezclan. Uno
de los sueños 'de soñar' que yo tenía cuando iba al instituto, es que me plantaba
en clase en pijama y que encima se me olvidaba que tenía un examen. Era
horrible. Y uno de los sueños que perseguía desde crío era el de llegar a ser
periodista. Lo he dicho mil veces: el que perseguía ya lo he logrado porque
tengo el título de Periodismo, pero sólo parcialmente; en mi sueño se incluía
un trabajo en la redacción de un gran medio y en colaboración con otros
periodistas con los que compartía indicios, bromas y sospechas. Alcanzar ese
sueño así tal cual parece ya poco probable.
Anoche
tuve un sueño en el que se mezclaron en extraña combinación mi meta profesional
y una serie de vivencias alojadas en el subconsciente. Soñé que me encontraba
en los estudios de laSexta en Pozuelo de Alarcón (los visité hace unos años),
en una sala de juntas, y que un sonriente ejecutivo me ofrecía un contrato de
trabajo. En el sueño me volvía loco de alegría, pero de pronto, el mentado
ejecutivo cambiaba el semblante y añadía una condición a la oferta de empleo. “Ya
está”, pensé; “no podía ser tan fácil”: Resulta que tenía que elegir uno de los
programas de laSexta para que fuera eliminado de la parrilla. El que yo quisiera,
sin más preguntas ni explicaciones. Tenía que elegirlo, lo eliminarían e
inmediatamente ocuparía un puesto de trabajo, al tiempo que varias personas
perdían el suyo.
En
los últimos años me ha llegado alguna que otra propuesta más o menos seria de
colaboración o de trabajo en el ámbito del periodismo. No muchas, pero alguna,
y alguna de ellas me hacía bastante ilusión. Sin embargo, al final todas se
jodieron por diversos motivos. Presa de esa actitud tan penosa del victimismo, he
llegado a pensar que todo lo que toco en este ámbito se va a freír monas. Y quizá
de ahí que la oferta de trabajo que me hacía en sueños laSexta no pudiera
traerme la felicidad completa: allí estaba el ejecutivo, delante de mí, inquiriendo
en mis gustos televisivos y exigiéndome que cortara la cabeza de unos cuantos
trabajadores del canal si quería incorporarme a la tele y completar mi sueño profesional.
Yo me negaba a decirlo pero tenía un programa en mente. Me negaba, pero tanto
me lo pedía el ejecutivo que al final lo dije: “Jugones”. Nada más decirlo, me
di la vuelta y me encontré a Josep Prederol y a otro compañero sentados en el
extremo de la mesa, cuchicheando y mirándome. No estaban muy afectados, de
hecho empezaron a reírse. Y justo en ese momento desperté.
Ese
sueño me ha hecho levantarme un poco torcido, la verdad; con sentimiento de
culpabilidad. Entonces he recordado que hace unos días estuve viendo Jugones
durante un rato y que me pareció una puta mierda de programa, un espanto. No
paraban de darle vueltas y vueltas a no sé qué pisotón de no sé quién a no sé
quién en un partido de fútbol, y de poner declaraciones de unos y otros, y de
generar minutos y minutos de consistente basura televisiva. Opiné en Twitter sobre
lo horroroso de ese programa y ahí se me quedó grabado.
Mi
sueño de infancia era ser periodista y compartir redacción con otros compañeros
en un gran medio de comunicación, pero, ¿a qué precio? ¿Qué pasaría si se diera
la circunstancia de que me ofrecieran un puesto de trabajo a cambio de mandar a
otros periodistas al paro? Aunque se tratara de la mierda de Jugones, no podría
hacerlo. No lo haría. Y desde luego, tampoco sé si querría trabajar para
alguien tan sádico como para imponer esas condiciones a sus ofertas de empleo.
Si el periodismo funcionara así en la vida real, sin duda preferiría ir por libre.
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