Michael Scott anunciando algo a sus subordinados en The Office |
El otro día reconocí mi querencia
natural por la comedia televisiva. Salvo algunas otras cosas concretas como los
partidos de baloncesto (no los puedo ver todos, aunque quiera), las noticias
(solo cuando estoy de buen humor y me apetece aguantar los desastres del mundo)
y, en mi situación actual, los dibujos animados (lo que más veo en la tele
desde hace cinco años a esta parte), cuando mi culo se sienta en el sofá y mis
ojos miran a la caja tonta, lo único que me apetece ver es comedia. Comedia
“buena”, o lo que yo entiendo como tal; comedia que se amolde bien a mi sentido
del humor. Desde hace unos tres años mantengo una relación estable con “The
Office”, y en el último año y medio se ha sumado “Curb your enthusiasm”,
demostrándome que puedo amar a dos series de humor a la vez y con igual ímpetu;
que puedo verlas muchas veces indistintamente, que puedo reírme mucho con ellas
y, además, admirar a sus creadores, guionistas, productores y a toda la gente
implicada en la construcción de una obra maestra de la comedia (o de dos obras
maestras, como es el caso). No puedo ocultar mi entusiasmo, y a veces, cuando
hablo a terceras personas de estas dos series en presencia de mi mujer, mi
susodicha mujer (y quizá también esa tercera persona) piensa que estoy como un puto
cencerro. Tal es mi vehemencia al repetir diálogos, al interpretar segundas
intenciones del guión, al comentar gestos, indumentarias, líneas argumentales y
hasta enfoques de cámara.
Michael Scott y su ya famosa taza de "el mejor jefe del mundo" (que él mismo se compró). |
La serie The Office, de la NBC,
es fruto de la adaptación a la televisión americana que ha hecho Greg Daniels (quien
también ha participado en Los Simpsons) de la serie original creada por Ricky
Gervais (otro pieza de los buenos) para la BBC inglesa. A mí me la recomendaron
en el seno familiar y reconozco que no me entró a la primera. The Office tuvo
la mala fortuna de llegar justo después de Friends y eso es duro, es como jugar
al baloncesto detrás de Michael Jordan. Su concepto, de entrada, choca: está rodada
como si se tratase de un documental sobre la vida diaria de una empresa de
distribución de papel, y por tanto no hay espectadores en el plató ni risas
enlatadas; las cámaras se mueven mucho y hacen bastante uso del zoom,
interactúan con los personajes y regularmente tienen momentos de intimidad
individual con cada uno de ellos, donde el personaje en cuestión se sincera a
los creadores del falso documental y les cuenta aspectos de su trabajo, de sus
compañeros y de su vida; el asunto de la serie (y del falso documental) es tan
cotidiano que al principio dudas de que pueda salir de ahí algo divertido; los
actores son “demasiado normales” e incluso feos físicamente en la mayoría de
los casos, algo poco común en televisión, y el lugar en el que se desarrolla la
acción, más allá de las paredes de la oficina, es una pequeña y nada glamurosa
localidad del estado de Pensilvania; encima, en el primer capítulo hay muchos
momentos de silencio, todos ellos incómodos… Podría decirse que de ser una
situación real, de entrar real y personalmente en esa oficina y echar un
vistazo, lo único que querrías hacer es salir corriendo de ahí cuanto antes.
Michael y Dwight realizando alguna de sus clásicas investigaciones. |
“Esto no me convence”, pensé,
pero guiado por mi fe ciega en las recomendaciones familiares, insistí en verla
y poco a poco las situaciones incómodas y cada vez más divertidas se fueron
multiplicando. Los personajes se fueron enriqueciendo individualmente y fueron
enriqueciendo la química del grupo y de sus relaciones cruzadas. Esa química
fue en aumento y los guiones explotaron antes que canta un gallo desatando una
infinita variedad de panoramas, a cual más sorprendente y rocambolesco. Después
de cinco o seis capítulos, básicamente la primera temporada, un servidor estaba
totalmente enganchado y para la segunda temporada ya era un auténtico fan. Hay
que decir que en medio de las situaciones cotidianas desternillantes y también
inverosímiles que se van dando en The Office, la serie se inicia apuntando a uno
de sus ejes principales a lo largo de años sucesivos, un tema que siempre
engancha al personal: la historia de amor (no correspondido al principio, claro)
entre dos personajes, algo similar al amor entre Ross y Rachel en Friends. Él
está colado por ella, y ella está prometida con un pedazo de ceporro que
trabaja en el almacén de la misma empresa de papel. El “enganche” está
asegurado aunque solo sea por los múltiples avatares salen al paso de esta
relación de amistad y amor encubierto, relación que te mantiene en vilo y de la
que esperas lo que antes o después debe llegar. Pero ni mucho menos es lo único
que te deja a cuadros en The Office.
Dwight con el cartel que se hizo a sí mismo para pedirles un aumento de sueldo a sus jefes. |
Siendo
una obra bastante coral, el auténtico eje central de The Office, su piedra
angular, es el jefe de la sucursal de Dunder Mifflin en Scranton, Michael Scott
(Steve Carell), que tras siete temporadas ha decidido terminar su participación
en la serie la primavera pasada. Aún no he visto nada de la octava temporada y
tengo mucha curiosidad por saber cómo salen del paso sin el alma del grupo. La
habilidad de los guionistas de The Office para trazar una personalidad como la
de Michael Scott y además convencernos de que puede existir una persona así, de
hacer que un espécimen así sea verosímil, es digna de un enrome monumento
creativo. El tipo es complejo, por decirlo de algún modo. Es al mismo tiempo
brillante e idiota perdido, ruin y noble, egoísta y generoso. Es un puñetero
desastre como gestor, es gandul e insensato, y sin embargo lleva a su empresa a
las más altas cotas de ventas. A veces sientes pena por él, otras veces
querrías darle un abrazo y la mayoría del tiempo solo quieres darle una patada
en el culo. Las únicas virtudes de Michael Scott reconocidas a lo largo de toda
la serie son su habilidad para el patinaje sobre hielo, sus dotes como cantante
y su facilidad para cerrar una venta colosal como si nada. De hecho, es como si
esto último pasara a pesar de él, casi sin querer. A su lado (también a su
pesar) está Dwight Schrute (Rainn Wilson), otra persona que, de existir
realmente, te daría tanto miedo como ganas de irte de cañas con él. Atrae y
repele a partes iguales. Propietario de una granja de remolachas, número uno en
ventas de papel, friki del trabajo y friki en general, duro, imperturbable,
disciplinado hasta el extremo, apasionado de Harry Potter, Battle Star
Gallactica y El Señor de los Anillos, ayudante voluntario del Sheriff del
distrito, conocedor de todo lo concerniente a osos y otros animales, versado en
mil materias… Dwight es una auténtica pieza de museo. Después de servir a su
jefe y amigo Michael Scott, tiene dos objetivos: ser el director regional de la
oficina y deshacerse de su compañero Jim Halpert. Bueno, y también reconquistar
el amor de Angela Martin, del departamento de contabilidad, en la segunda
historia de amor de la serie que es una auténtica mina de oro, porque la tal
Angela es también para echarle de comer aparte.
Jim y Pam: la primera historia de amor de la empresa Dunder Mifflin. |
Jim y Pam son los enamorados. Pam
es la recepcionista de la empresa y como dije antes, al inicio de la serie
estaba comprometida con Roy, trabajador del almacén. Desde el principio se ve
que en el fondo, Pam está coladita por Jim. Aunque no se atreve a dar el paso, se
divierte y disfruta de la compañía y la conversación de Jim más que la de su
novio. Por su parte Jim es un joven desmotivado en un trabajo que no soporta,
un chaval divertido, sarcástico y bromista pero algo gandul: el típico payasete
liante del colegio. La sucesión de bromas que le gasta a Dwight, muchas de
ellas con la complicidad de Pam, es para enmarcar. El otro protagonista es
Ryan, un joven estudiante de empresariales que llega a la oficina en el primer
capítulo, a través de una empresa de trabajo temporal. Ryan tiene aires de
grandeza, quiere llegar lejos y aunque no logra cerrar ni una sola venta en su periodo
como becario, asciende de manera fulgurante en la compañía. En un suspiro y
gracias a “los de la central”, Ryan pasa de ser el último mono a ser el
directivo superior a Michael Scott y a trabajar en la central de la compañía,
en Nueva York. Amado y admirado por Michael desde que llegó a la empresa, Ryan
se transforma en el típico joven ejecutivo agresivo, soberbio, que se cree que
lo sabe todo y que está de vuelta en el mundo de los negocios. También cae en
las tentaciones del dinero, la droga y las mujeres y acaba cómicamente del
mismo modo en que empezó, como becario en la sucursal de Scranton. Además de
los citados, en The Office hay más personajes importantes y, antes o después,
todos tienen su momento: Andy Bernard (Ed Helms) llegó en la tercera temporada
y es un personaje perfecto para generar millones de situaciones cómicas con los
demás, y sobre todo con Dwight. Luego
están Toby, Kelly, Phillis, Kevin, Óscar, Stanley, Meredith, Darryll, Jan… Y uno de mis favoritos: Creed Bratton. Creed
es el abuelo de la oficina, un personaje excéntrico y que además, mentalmente parece
estar bastante desequilibrado. Tiene un pasado oscuro y unas aficiones extrañas
y misteriosas. Sus intervenciones en la serie justificarían por sí solas el
refrán aquel de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Otra cosa curiosa es que
(casi) todos los personajes de la serie tienen el mismo nombre que en la vida
real, aunque diferente apellido.
Según contaban en un reportaje
los guionistas de The Office, con Greg Daniels a la cabeza, el éxito de la
serie residía (además de en su carácter novedoso, en los guiones perfectos y en
los buenos actores bien dirigidos) en la dinámica de trabajo creada: tras las reuniones de ideas entre los guionistas, donde se van trazando las líneas
argumentales básicas, uno de ellos es el encargado de “llevarse” el material
aportado por todos y escribir el episodio. Después, ese guionista permanece en
el plató durante las sesiones de grabación y mantiene un contacto directo con
los actores, a los que deja “juguetear” con los diálogos, les da libertad para
aportar ideas e incluso improvisar. Una vez que los actores han sacado el jugo
a los diálogos y han aportado e improvisado, casi siempre se vuelve al guión
escrito previamente pero dándole un aire más fresco y espontáneo, que al final parece
fruto directo de la improvisación. The Office es una comedia así: es fresca y
está llena de sarcasmo, de ironía… En ciertos momentos se nota el espíritu
crítico de sus guionistas y productores, la mentalidad abierta y la genialidad
que nos regalan algunos norteamericanos, y que hacen que a veces tenga que
reconocer lo mucho que les admiro (a esa clase de norteamericanos, claro). Nadie lo puede hacer mejor.
Ryan: tan pronto asciendes como vuelves a bajar. |
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