domingo, 6 de noviembre de 2011

The Office (De comedias televisivas, 2ª parte)


Michael Scott anunciando algo a sus subordinados en The Office


El otro día reconocí mi querencia natural por la comedia televisiva. Salvo algunas otras cosas concretas como los partidos de baloncesto (no los puedo ver todos, aunque quiera), las noticias (solo cuando estoy de buen humor y me apetece aguantar los desastres del mundo) y, en mi situación actual, los dibujos animados (lo que más veo en la tele desde hace cinco años a esta parte), cuando mi culo se sienta en el sofá y mis ojos miran a la caja tonta, lo único que me apetece ver es comedia. Comedia “buena”, o lo que yo entiendo como tal; comedia que se amolde bien a mi sentido del humor. Desde hace unos tres años mantengo una relación estable con “The Office”, y en el último año y medio se ha sumado “Curb your enthusiasm”, demostrándome que puedo amar a dos series de humor a la vez y con igual ímpetu; que puedo verlas muchas veces indistintamente, que puedo reírme mucho con ellas y, además, admirar a sus creadores, guionistas, productores y a toda la gente implicada en la construcción de una obra maestra de la comedia (o de dos obras maestras, como es el caso). No puedo ocultar mi entusiasmo, y a veces, cuando hablo a terceras personas de estas dos series en presencia de mi mujer, mi susodicha mujer (y quizá también esa tercera persona) piensa que estoy como un puto cencerro. Tal es mi vehemencia al repetir diálogos, al interpretar segundas intenciones del guión, al comentar gestos, indumentarias, líneas argumentales y hasta enfoques de cámara.

Michael Scott y su ya famosa taza de "el mejor jefe del mundo" (que él mismo se compró).

La serie The Office, de la NBC, es fruto de la adaptación a la televisión americana que ha hecho Greg Daniels (quien también ha participado en Los Simpsons) de la serie original creada por Ricky Gervais (otro pieza de los buenos) para la BBC inglesa. A mí me la recomendaron en el seno familiar y reconozco que no me entró a la primera. The Office tuvo la mala fortuna de llegar justo después de Friends y eso es duro, es como jugar al baloncesto detrás de Michael Jordan. Su concepto, de entrada, choca: está rodada como si se tratase de un documental sobre la vida diaria de una empresa de distribución de papel, y por tanto no hay espectadores en el plató ni risas enlatadas; las cámaras se mueven mucho y hacen bastante uso del zoom, interactúan con los personajes y regularmente tienen momentos de intimidad individual con cada uno de ellos, donde el personaje en cuestión se sincera a los creadores del falso documental y les cuenta aspectos de su trabajo, de sus compañeros y de su vida; el asunto de la serie (y del falso documental) es tan cotidiano que al principio dudas de que pueda salir de ahí algo divertido; los actores son “demasiado normales” e incluso feos físicamente en la mayoría de los casos, algo poco común en televisión, y el lugar en el que se desarrolla la acción, más allá de las paredes de la oficina, es una pequeña y nada glamurosa localidad del estado de Pensilvania; encima, en el primer capítulo hay muchos momentos de silencio, todos ellos incómodos… Podría decirse que de ser una situación real, de entrar real y personalmente en esa oficina y echar un vistazo, lo único que querrías hacer es salir corriendo de ahí cuanto antes.

Michael y Dwight realizando alguna de sus clásicas investigaciones.

“Esto no me convence”, pensé, pero guiado por mi fe ciega en las recomendaciones familiares, insistí en verla y poco a poco las situaciones incómodas y cada vez más divertidas se fueron multiplicando. Los personajes se fueron enriqueciendo individualmente y fueron enriqueciendo la química del grupo y de sus relaciones cruzadas. Esa química fue en aumento y los guiones explotaron antes que canta un gallo desatando una infinita variedad de panoramas, a cual más sorprendente y rocambolesco. Después de cinco o seis capítulos, básicamente la primera temporada, un servidor estaba totalmente enganchado y para la segunda temporada ya era un auténtico fan. Hay que decir que en medio de las situaciones cotidianas desternillantes y también inverosímiles que se van dando en The Office, la serie se inicia apuntando a uno de sus ejes principales a lo largo de años sucesivos, un tema que siempre engancha al personal: la historia de amor (no correspondido al principio, claro) entre dos personajes, algo similar al amor entre Ross y Rachel en Friends. Él está colado por ella, y ella está prometida con un pedazo de ceporro que trabaja en el almacén de la misma empresa de papel. El “enganche” está asegurado aunque solo sea por los múltiples avatares salen al paso de esta relación de amistad y amor encubierto, relación que te mantiene en vilo y de la que esperas lo que antes o después debe llegar. Pero ni mucho menos es lo único que te deja a cuadros en The Office.

Dwight con el cartel que se hizo a sí mismo para pedirles un aumento de sueldo a sus jefes.


Siendo una obra bastante coral, el auténtico eje central de The Office, su piedra angular, es el jefe de la sucursal de Dunder Mifflin en Scranton, Michael Scott (Steve Carell), que tras siete temporadas ha decidido terminar su participación en la serie la primavera pasada. Aún no he visto nada de la octava temporada y tengo mucha curiosidad por saber cómo salen del paso sin el alma del grupo. La habilidad de los guionistas de The Office para trazar una personalidad como la de Michael Scott y además convencernos de que puede existir una persona así, de hacer que un espécimen así sea verosímil, es digna de un enrome monumento creativo. El tipo es complejo, por decirlo de algún modo. Es al mismo tiempo brillante e idiota perdido, ruin y noble, egoísta y generoso. Es un puñetero desastre como gestor, es gandul e insensato, y sin embargo lleva a su empresa a las más altas cotas de ventas. A veces sientes pena por él, otras veces querrías darle un abrazo y la mayoría del tiempo solo quieres darle una patada en el culo. Las únicas virtudes de Michael Scott reconocidas a lo largo de toda la serie son su habilidad para el patinaje sobre hielo, sus dotes como cantante y su facilidad para cerrar una venta colosal como si nada. De hecho, es como si esto último pasara a pesar de él, casi sin querer. A su lado (también a su pesar) está Dwight Schrute (Rainn Wilson), otra persona que, de existir realmente, te daría tanto miedo como ganas de irte de cañas con él. Atrae y repele a partes iguales. Propietario de una granja de remolachas, número uno en ventas de papel, friki del trabajo y friki en general, duro, imperturbable, disciplinado hasta el extremo, apasionado de Harry Potter, Battle Star Gallactica y El Señor de los Anillos, ayudante voluntario del Sheriff del distrito, conocedor de todo lo concerniente a osos y otros animales, versado en mil materias… Dwight es una auténtica pieza de museo. Después de servir a su jefe y amigo Michael Scott, tiene dos objetivos: ser el director regional de la oficina y deshacerse de su compañero Jim Halpert. Bueno, y también reconquistar el amor de Angela Martin, del departamento de contabilidad, en la segunda historia de amor de la serie que es una auténtica mina de oro, porque la tal Angela es también para echarle de comer aparte.

Jim y Pam: la primera historia de amor de la empresa Dunder Mifflin.

Jim y Pam son los enamorados. Pam es la recepcionista de la empresa y como dije antes, al inicio de la serie estaba comprometida con Roy, trabajador del almacén. Desde el principio se ve que en el fondo, Pam está coladita por Jim. Aunque no se atreve a dar el paso, se divierte y disfruta de la compañía y la conversación de Jim más que la de su novio. Por su parte Jim es un joven desmotivado en un trabajo que no soporta, un chaval divertido, sarcástico y bromista pero algo gandul: el típico payasete liante del colegio. La sucesión de bromas que le gasta a Dwight, muchas de ellas con la complicidad de Pam, es para enmarcar. El otro protagonista es Ryan, un joven estudiante de empresariales que llega a la oficina en el primer capítulo, a través de una empresa de trabajo temporal. Ryan tiene aires de grandeza, quiere llegar lejos y aunque no logra cerrar ni una sola venta en su periodo como becario, asciende de manera fulgurante en la compañía. En un suspiro y gracias a “los de la central”, Ryan pasa de ser el último mono a ser el directivo superior a Michael Scott y a trabajar en la central de la compañía, en Nueva York. Amado y admirado por Michael desde que llegó a la empresa, Ryan se transforma en el típico joven ejecutivo agresivo, soberbio, que se cree que lo sabe todo y que está de vuelta en el mundo de los negocios. También cae en las tentaciones del dinero, la droga y las mujeres y acaba cómicamente del mismo modo en que empezó, como becario en la sucursal de Scranton. Además de los citados, en The Office hay más personajes importantes y, antes o después, todos tienen su momento: Andy Bernard (Ed Helms) llegó en la tercera temporada y es un personaje perfecto para generar millones de situaciones cómicas con los demás, y sobre todo con Dwight. Luego están Toby, Kelly, Phillis, Kevin, Óscar, Stanley, Meredith, Darryll, Jan…  Y uno de mis favoritos: Creed Bratton. Creed es el abuelo de la oficina, un personaje excéntrico y que además, mentalmente parece estar bastante desequilibrado. Tiene un pasado oscuro y unas aficiones extrañas y misteriosas. Sus intervenciones en la serie justificarían por sí solas el refrán aquel de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Otra cosa curiosa es que (casi) todos los personajes de la serie tienen el mismo nombre que en la vida real, aunque diferente apellido.

Creed Bratton: "Cuando Pam herede la vieja silla de Michael, yo heredaré la silla de Pam y tendré dos sillas. Ya solo me quedará una". A saber qué cojones quería decir Creed con esa frase. Nadie lo sabe.

Según contaban en un reportaje los guionistas de The Office, con Greg Daniels a la cabeza, el éxito de la serie residía (además de en su carácter novedoso, en los guiones perfectos y en los buenos actores bien dirigidos) en la dinámica de trabajo creada: tras las reuniones de ideas entre los guionistas, donde se van trazando las líneas argumentales básicas, uno de ellos es el encargado de “llevarse” el material aportado por todos y escribir el episodio. Después, ese guionista permanece en el plató durante las sesiones de grabación y mantiene un contacto directo con los actores, a los que deja “juguetear” con los diálogos, les da libertad para aportar ideas e incluso improvisar. Una vez que los actores han sacado el jugo a los diálogos y han aportado e improvisado, casi siempre se vuelve al guión escrito previamente pero dándole un aire más fresco y espontáneo, que al final parece fruto directo de la improvisación. The Office es una comedia así: es fresca y está llena de sarcasmo, de ironía… En ciertos momentos se nota el espíritu crítico de sus guionistas y productores, la mentalidad abierta y la genialidad que nos regalan algunos norteamericanos, y que hacen que a veces tenga que reconocer lo mucho que les admiro (a esa clase de norteamericanos, claro). Nadie lo puede hacer mejor.

Ryan: tan pronto asciendes como vuelves a bajar.






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Crisis de valores y de sistema.