martes, 15 de noviembre de 2011

PERIODISMO


Cuando somos pequeños, y en lo que se refiere al oficio que (supuestamente) nos dará de comer en el futuro, todos tenemos nuestros sueños y nuestras expectativas. Es bonito porque la inocencia, además de hacerte bueno por naturaleza (y libre de prejuicios, y desnudo de vergüenza), también evita que pienses en el largo y difícil camino que media entre tus deseos y la consecución de los mismos. ¿Para qué? Dices aquello de “cuando sea mayor, seré…”, le añades lo que quieras y te visualizas en el futuro con el sueño hecho realidad, sin calibrar obstáculos, coyunturas socioeconómicas, agencias de calificación (hace poco no sabía ni que existían), periodos de aprendizaje, consejos, recomendaciones, profesores, exámenes ni nada por el estilo. Existen oficios bastante típicos a los que los niños de mi generación siempre recurrían: astronauta, bombero, futbolista y, en un claro síntoma de excesiva exposición al cine norteamericano, vaquero y/o soldado y/o superhéroe. Una vez dicho tu deseo en público, a veces llegaba un mayor y te recomendaba otras profesiones que a ti te parecían aburridas, como abogado o dentista, pero que al mayor de turno le resultaban más convenientes. ¡Qué manía con querer robarles la inocencia a los críos! Lo peor es que cuando se la quitamos, no es para quedárnosla. Si fuera así también estaría mal pero al menos tendría sentido. Se la robamos para tirarla a la basura y joder el invento. ¡Ay! Mayores…

Entre los deseos de los niños de hoy, creo que la única profesión que se mantiene respecto a las de mi generación es la de futbolista. Y en cuanto a las recomendaciones que les hacen los mayores de hoy… Ni idea, supongo que hacer cola en el INEM resta bastante imaginación sobre cuáles pueden ser los oficios con futuro. La verdad, yo de crío jamás quise ser astronauta porque las alturas me daban miedo, y tampoco quise ser bombero por igual motivo (eso de subir por una escalera muy alta) y porque tenía bastante asumido aquello de que con el fuego no se juega. Sí que quise ser futbolista, pero me duró poco menos de un año. Después y durante más tiempo, quise ser jugador de baloncesto; el problema es que salvo cierta destreza en la acción de lanzar a canasta, en lo demás era un paquete de grandes proporciones. Me imaginé arquitecto hasta que descubrí que además de saber dibujar, había que controlar las matemáticas, y no es que dibujando fuera la leche pero es que en mates era un cero a la izquierda (qué malo sería en matemáticas que hasta hace poco no entendía el porqué de esa expresión). Siendo ya un mozo preuniversitario y reincidiendo en mi ciego auto-concepto de buen dibujante (con categoría casi de delito), quise ser artista. Luego quise ser profesor de Historia del Arte y luego quise ser guía turístico, y eso es lo que soy. A pesar de todos los problemas y después de haber trabajado en muchos y muy variados oficios, el mundo de la cultura salió al rescate y por ello bendigo mi buena suerte: acumulo ya diez años de experiencia como trabajador de museos (siete de manera ininterrumpida) y seis como guía oficial de turismo. Nunca he cobrado mucho, pero cubiertas las necesidades básicas de mi familia, prefiero medir mi riqueza en términos de felicidad y bienestar que en términos de acumulación monetaria (ya sea “en cash” o en objetos que no necesito). Espero que esto no suene a pose estética ni tampoco a conformismo, estoy siendo sincero.

Ahora daré sentido al título de esta entrada: el viernes pasado (11 del 11 del 11), me llamaron por teléfono desde la Universidad Miguel Hernández de Elche: tras avanzar de manera inesperada en la lista de espera, valga la redundante contradicción, resulta que me han admitido como estudiante de 2º ciclo de Periodismo. Hace unos meses, en un impulso extraño motivado en parte por el “plan Bolonia”, decidí echar papeles y probar con la última bala antes de que los grados borrasen mi opción de estudiar otra carrera universitaria y trabajar al mismo tiempo. Finiquitados ya los segundos ciclos en la UMU, la única posibilidad era la UMH, y cuando me enteré de que no me habían admitido, la verdad es que me dio un poco de pena. Por ese motivo tardé unos segundos en reaccionar al escuchar a una mujer preguntándome si me interesaba ocupar la plaza vacante. Le dije que sí y nada más colgar, retrocedí mentalmente hasta mi infancia. Hasta ahora en este texto lo había omitido, pero si algo quise ser de mayor cuando era pequeño, es periodista.

En mi casa (la de mis padres) siempre seguíamos la actualidad. Se compraba el periódico a diario, principalmente de tirada nacional (Diario 16, El Sol, El País…), veíamos el Telediario, Informe Semanal y Documentos TV, se escuchaba la radio (RNE y la SER sobre todo), se comentaban las noticias y no pocas veces había debate. Recuerdo que me gustaban mucho las películas en las que aparecían periodistas, como Al filo de la noticia, Historias de Filadelfia, Vacaciones en Roma… Y hacía cosas que quizá no sean tan extrañas en un crío: fabricaba televisores con cajas de cartón para meterme dentro y presentar informativos, grababa programas de radio en cassetes (los que hacía en verano con mi amigo Antonio no tenían desperdicio, eran auténticas idas de pinza) y hasta creé mi propio periódico: se llamaba “El Mundo”, y ojo, ese nombre se lo dí mucho antes de que apareciera “Pedro Jota” con el suyo. Precisamente, hace poco encontré una vieja portada fechada en el futuro (año 2020 o así) y el día venía muy cargado de noticias. El primer titular era para anunciar que el hambre se había erradicado en el planeta; el segundo informaba de la llegada del ser humano a Marte; el tercero tenía menor alcance informativo pero para mí era tan trascendental como el resto: el CB Murcia iba a jugar la final de la ACB por primera vez en su historia (aunque según se contaba en mi periódico, el club murciano ya había ganado alguna Copa del Rey). Esa portada la hice cuando tenía doce o trece años, o sea, que por entonces ya estaba bastante colgado. Durante toda mi vida no he dejado de escribir (unas veces más y otras menos) sobre temas de actualidad que me preocupan o me interesan, opinando o reflexionando.

Habrá quien se pregunte la razón de que no haya estudiado antes Periodismo. Yo también. Cuando acabé COU, el único lugar cercano para hacer esa carrera era Madrid y la nota de corte del año anterior había sido alta. En Selectividad no llegué a alcanzarla, en parte (paradojas de la vida) por un error que cometí justo en el examen de Arte: dejé dos láminas sin comentar porque no le dí la vuelta al folio y no me enteré de que tenía que hacerlas (qué palomo fui). De un 7’5 que podía sacar como máximo, saqué un 7. Está genial, pero pudiendo haber sacado un 9, ya veis lo que me bajó la media final. Aun así y por si acaso, fui a Madrid a echar los papeles de la preinscripción (me acompañó mi hermana Sofía). Ese día pre-veraniego de 1995 hacía un calor de cojones en la capital, y reconozco que no me gustó lo que ví: aquello era todo enorme, largas distancias, mucho metro, mucha gente y una facultad de periodismo que bien podría ser escenario de una película de terror, con sus tubos por los techos y sus largos e inquietantes pasillos. Juro que eso lo pensé antes de que Amenábar estrenara su primera peli, Tesis, ambientada allí mismo. El caso es que cuando aún no sabía si me habían admitido por Periodismo en la Complutense (no llegué a comprobarlo después) salió la lista de admitidos por Bellas Artes en Valencia y allá que me fui, a un sitio más parecido a Murcia y con el mar visible desde mi piso. El resto ya lo he contado, y aunque entre medias tuve alguna ocasión de retomar el sueño del Periodismo, la vida me llevó por otros derroteros.

Remato: al final me he liado la manta a la cabeza con este tema y no sé cómo podré hacerlo entre el trabajo y la crianza, pero lo voy a intentar. Ya he hecho mis pinitos en el sector durante los últimos cuatro años, colaborando como redactor en BasketMe.com y elaborando un trabajo sobre el 25 aniversario del CB Murcia que finalmente he podido llevar al papel sin ayuda de nadie (y en especial, sin la ayuda del propio club). He sido locutor de partidos de baloncesto para Pasión Deportiva Radio durante un año y he podido descubrir que también me gusta ese medio. Me he reafirmado en muchas de las cosas que pensaba sobre esta profesión y no he dejado de incidir en las cosas que no me gustan. Creo que el oficio de periodista es claramente vocacional. Creo que la honestidad de un periodista debe ser inquebrantable, que debe luchar por su independencia respecto de las presiones políticas o económicas y que su misión es servir a la sociedad por encima de cualquier otra consideración. Creo que todas las profesiones se deben ejercer con responsabilidad, pero si hay profesiones donde esa máxima se debe llevar hasta el extremo, el periodismo es una de ellas. He sido y soy muy crítico con el periodismo porque no pocas veces he visto en los medios una nauseabunda falta de independencia. He visto servilismo y en el mejor de los casos, sensacionalismo, morbo y pura tontería. Un periodista no debe decir cualquier cosa, no debe servir a otro interés que el de la información veraz y debe ser lo más objetivo posible. Por supuesto que soy un principiante y aún no sé nada, pero con todo esto que he dicho, confío en tener al menos la base necesaria. También sé que el sector está mal en muchos sentidos, pero no mucho peor que otros sectores. Haré lo que pueda como buenamente pueda, y el que hace todo lo que puede (y con ilusión) no está obligado a más.

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Crisis de valores y de sistema.