domingo, 18 de marzo de 2012

La confianza

De los caminos del Señor se dice que son inescrutables; sin embargo los del deporte, ya sea profesional o aficionado, sí que se pueden intuir. Se puede intuir que cuando un equipo como el Club Baloncesto Murcia hace grandes partidos en su cancha, y luego se disuelve como el nesquik en la leche lejos de ella, es por un problema de confianza. La psicología del deporte, que es psicología sin más, ya se ha encargado de diseccionar estos asuntos. A fin de cuentas, la ciencia que estudia nuestros procesos mentales se puede aplicar a cualquier actividad humana, incluida esa que nos lleva a integrarnos en un grupo, poner nuestro esfuerzo y habilidades al servicio de los otros y buscar un objetivo común. Recuerdo que cuando asistía a las clases para obtener el Grado Uno de entrenador de baloncesto, el apartado de la psicología provocaba cierta hilaridad burlona entre los alumnos. Quizá fuera un mecanismo de defensa ante algo que nos deja un poco con el culo al aire, pero yo tengo que reconocer que me gusta y que me interesa la psicología. En el deporte, creo que la cabeza -mejor o peor amueblada, con más o menos autoestima y más o menos madurez y estabilidad- puede llegar a diferenciar un buen jugador de un auténtico jugón; un tío que suma mucho un día y al siguiente resta, de un tío que suma casi siempre, si no directamente, sí al menos haciendo sumar a sus compañeros.

En las horas de charla que pasé con jugadores y entrenadores de baloncesto recordando la historia del CB Murcia -y la propia historia de esos profesionales-, no pocas veces salió a colación el tema de las dinámicas famosas y del carácter; de la suerte y de los cojones. Cuando un grupo se prepara, trabaja duro y, al fin, le llega el momento de medir sus fuerzas con otros, además de la calidad como jugadores y de la coherencia en el planteamiento del equipo, y además de circunstancias puntuales como lesiones, arbitrajes o mala fortuna, influye -y lo hace decisivamente- el carácter del grupo y el de cada uno de sus integrantes, que puede sumar o restar en la ecuación final. Existe un amplio armario de tópicos al respecto, que por muy repetidos no dejan de ser ciertos: los jugadores son personas, la sangre corre por sus venas, tienen más o menos problemas, más o menos miedos... Cada uno tiene su carácter y su manera de exteriorizarlo, y todo, mezclado en una coctelera, configura el carácter de un equipo. Cuando vienen mal dadas puede haber alguien que saque pecho y diga, "eh, aquí están mis huevos" (con perdón) o por el contrario, que todos miren al suelo y al final del partido, cada mochuelo a su olivo. Puede salir un John Ebeling que diga, "me juego mi sueldo a que no bajamos", o no salir nadie así, y a final de temporada hacer todo el mundo las maletas y Murcia, si te he visto no me acuerdo.

El CB Murcia que empezó esta temporada, además de estar descompensado (esto es una opinión personal) adolecía de falta de carácter y de liderazgo. Para colmo, pequeños contratiempos como el calendario, varios partidos que se escaparon por chorradas después de llevarlos bien controlados y otras historias fueron minando el poco carácter que tenía el equipo, metiéndolo al fin en esa espiral acongojante que llamamos mala dinámica. Nadie tenía suficiente alma, suficiente fe y carácter para liderar al grupo, para contagiarle con su ánimo e infundirle confianza. Y claro, el pez se muerde la cola, y provoca más derrotas en finales ajustados, más apagones, más fallos inexplicables. Desde que llegó Quintana, y desde que Udoka ha empezado a meterse en harina, el CB Murcia, este CB Murcia más compensado, ha podido ofrecer buen baloncesto en su cancha y ha sido capaz de mostrar una autoestima que, fuera de casa, desaparece como un caramelo en la puerta de un colegio. Grimau intentaba explicar lo que les sucede cuando juegan lejos de Murcia, y no podía. Nadie puede explicarlo, y al mismo tiempo, todo el mundo puede entenderlo: falta de confianza, de autoestima. En Murcia, esa confianza es inyectada en la vena de los jugadores por parte de sus aficionados. Fuera de casa no hay enfermero ni sangre para hacer la transfusión, y el equipo aún no tiene la autoestima necesaria como para sobrevivir sin ella. Creo, quiero creer, que el equipo ya acumula suficientes victorias seguidas en casa como para haber elevado su moral; que los cimientos de la confianza son cada vez más sólidos, que el equipo está mejor equilibrado y que, además, ya tiene un jugador con carácter para guiar el camino. Ahora, a poco que Douby aporte esos puntos que se le esperan, la victoria fuera de casa está al caer. Ya no debe andar muy lejos.

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Crisis de valores y de sistema.