martes, 8 de mayo de 2012

Apegados a una tierra que tiembla

Las personas mayores de Lorca buscan la normalidad
un año después de los seísmos que les sacaron de sus casas

Visto a cierta distancia, el perfil de Lorca no ha cambiado: la silueta del castillo sigue emergiendo en el horizonte con sus volúmenes rotundos, dominando el valle del río Guadalentín y el manto de casas que se extiende a sus pies como pintado con acuarela. En la lejanía que oculta los detalles, que no deja ver los rostros de las personas ni las fachadas de los edificios, todo conserva la misma apariencia un año después de los terremotos que sembraron el pánico en la  ciudad murciana. Sin embargo, de cerca se comprueba que Lorca no está igual: edificios apuntalados, grietas; solares aquí y allá; cruces de color rojo y amarillo pintadas en los portales; sábanas con mensajes escritos que cuelgan de los balcones: “Un año después, sin ayuda y sin casa”. Y personas, sobre todo personas, que caminan por la acera ocupadas en sus quehaceres pero que miran al vacío cuando recuerdan la experiencia; personas que no pueden evitar el llanto al comprobar que su vida no ha vuelto a ser lo que era.



El día que quebró la rutina
La vida cotidiana se asienta sobre un espacio y sobre unas costumbres que dan seguridad y sosiego. Y si hay una edad en la que el sosiego tiene más valor, en la que el espacio y la rutina se hacen fundamentales, es la senectud. Después de muchos años de agitación y de trabajo, llega el momento de agarrarse al hogar, al barrio, a las amistades de siempre; al paseo o al bar de la esquina: “Nosotros teníamos la vida perfectamente encauzada, los dos solos, más felices que nada y con nuestros cuatro hijos situados. Teníamos una vida sin problemas... Pero el problema que nos vino fue gordo”. Tomé, como lo conocen en el barrio de la Viña, le coge la mano a Lourdes, su mujer, mientras reflexiona sobre el giro que dio su vida aquel 11 mayo. Lourdes es la presidenta de la Asociación de Mujeres del barrio: “Yo siempre estaba de allá para acá con las amigas, haciendo cosas... Y de pronto me quedo sin casa, sin ropa, sin nada”.

“El 30 de mayo tiraron el edificio con todo dentro. Sólo nos dieron veinte minutos para recoger lo que quisiéramos”, añade Tomé, que entró a casa por el balcón subido en una plataforma de los bomberos. Los escombros no le dejaron pasar del comedor y sólo pudo coger la escritura de la vivienda, un álbum de fotos, cuatro libros, las joyas de Lourdes “y un barril de dieciséis litros de vino. Los bomberos dijeron, ‘este hombre sabe lo que tiene que sacar’”. Tomé Guillén y Lourdes García, de 70 años, se esfuerzan en sonreir y agradecen su suerte: “Estamos vivos, pero si eso dura dos meneos más, tira todo Lorca. La suerte que tuvimos es que fue corto. Si no, aquí morimos como chinches”. Pasaron aquella noche dentro del coche, “heladicos de frío” y sintiendo las réplicas. Al amanecer Tomé no aguantaba más y salió a caminar por su barrio: “Cuando bajaba por esa calle y vi la realidad de la Viña...”. Las lágrimas se acumulan en sus ojos y le impiden seguir hablando; Lourdes continúa: “Veías gente con mantas de aquí para allá, y te ibas abrazando con las personas aunque no las conocieras de nada, llorando”. “Íbamos como sonámbulos”, dice Tomé cuando recupera el aliento.


Desde junio están viviendo de alquiler en Murcia: “Y tenemos suerte porque lo podemos pagar con nuestra pensión; hay gente que no tiene dinero para alquilar. Nos han concedido la ayuda de un año del alquiler pero no sabemos cuándo la vamos a recibir”. Ambos expresan sentimientos encontrados: “Cuando estamos en Murcia, queremos venir, y cuando estamos aquí y vemos estas cosas, queremos irnos”.


El huerto y el dominó
José Sánchez, de 89 años, vive descontando los días para volver a la Residencia San Diego una vez concluyan las obras de restauración, a finales de junio. Aunque agradece tener un lugar donde pasar estos meses -la casa de las Siervas que les ha cedido la asociación Asprodes-, José se sincera: “Le tenemos afecto a aquello, no lo podemos remediar”. Cuando estén todos de nuevo en San Diego, ¿volverán a la tranquilidad? Responde sin titubeos: “La tranquilidad volverá a nosotros, porque estábamos aclimatados a nuestra casa y con nuestro huerto...”. Todos hablan de la paz de su jardín, y de lo mal que lo pasaron cuando estuvieron repartidos por residencias de toda la región, separados, incómodos y tristes.

Luis Gilberto Ochoa, de 73 años, estuvo alojado en Cartagena y al recordarlo ahoga el llanto: “Un día me extravié, y le dije a una persona que yo era un afectado del terremoto de Lorca y que quería volver a la residencia, y me llevó. Estoy muy agradecido a la gente por lo bien que me trataron”. Nacido en Ecuador, Luis recuerda el seísmo que destruyó su pueblo cuando él sólo tenía diez años, y cuenta que los habitantes escribieron una canción para unirse y superar entre todos el desastre, lo mismo que han hecho los residentes de San Diego. También relata emocionado el pálpito que tuvo el día anterior al terremoto de Lorca, cuando decidió escribir una carta a su familia. Entonces, José Sánchez recuerda a su compañero Juan Salinas, fallecido el 11 de mayo, y las lágrimas vuelven a sus ojos. Juan había salido a jugar al dominó, como siempre, pero no pudo regresar. Lo mismo estaba haciendo Tomé Guillén cuando el primer seísmo sacudió Lorca, echando una partida de dominó: “De joven jugaba mejor, tenía un montón de trofeos que se quedaron en mi casa”; y remata con la mirada perdida: “Desde ese día no he vuelto a jugar”.

Los terremotos han dejado secuelas en la salud
La salud de las personas mayores de Lorca ha dado muestras de fragilidad a lo largo del último año, tanto física como mental, por causas que van desde el pánico del momento de los seísmos, a las molestias derivadas de los desplazamientos y de los cambios de ambiente y medicación. María Agustina Pérez, directora de la Residencia Pública, recuerda que ese día los residentes “no estaban excesívamente excitados ni con miedo”, pero una vez que se les realojó en otros lugares, “querían volver a su casa, a sus comodidades, y cuando íbamos a verlos se nos agarraban y lloraban; entonces estaban realmente estresados”. De hecho, “a los dos o tres días un residente se murió, yo creo que del estrés, porque era una persona muy callada...”.

María Agustina afirma: “Ellos estaban seguros de que los que trabajamos aquí no los íbamos a dejar y en eso tenían confianza, pero querían volver a su casa. Cuando volvimos se les quitaron los problemas". Inmaculada Méndez, psicóloga de la residencia San Diego, coincide en destacar la calma de los ancianos durante el terremoto y también los inconvenientes de verse desplazados: “Algunas patologías se agravaron, y una de nuestras residentes, que ya estaba ingresada en el hospital de Lorca, murió poco después en Murcia”. Y añade: “El cambio en su modo de vida influyó, pero lo que yo he notado también es la fortaleza que han ido creando en su vida y la confianza que tienen en nosotros”. Una de sus iniciativas fue escribir una canción entre todos los residentes para volcar sus sentimientos.

El primer aniversario puede volver a abrir alguna herida, pero también ayudará a cerrarla. Inmaculada está preparando algún evento, al igual que María Agustina: “Queremos comer en el jardín y traer una rondalla...”. Pero luego reflexiona en voz alta: “La verdad es que no sé porqué lo festejamos, porque fue una catástrofe”. La vida y sus contradicciones.

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Crisis de valores y de sistema.