miércoles, 19 de septiembre de 2012

Encerrado en el ascensor. Pequeñas reflexiones.

Este mediodía me he visto encerrado en el ascensor del edificio de mis padres. Es algo común. No es el fin del mundo pero jode. En esos momentos no sabía cuánto tiempo tendría que permanecer ahí. Tampoco sabía la causa de la avería. No tenía ni idea de cómo me podrían sacar. Llevaba el móvil con cobertura y tenía una botella de agua. Al final he estado media hora. Treinta minutos. Y entre los pensamientos del instante y los posteriores, he llegado a unas cuantas conclusiones. Son muy simples, muy obvias, y reales como la vida misma:

->Cuando nos quejamos por algo instalados en la falsa creencia de que no puede ser peor, la cosa empeora. Lo digo porque en este mes de septiembre tengo unos mediodías muy atareados y he llegado a lamentarme. Salgo de trabajar a las 14 horas y debo estar de vuelta en mi puesto a las 16:30h. En ese tiempo debo comer, recoger a las dos crías de sus respectivos colegios, "depositarlas" en casa y regresar al trabajo lo más fresco y lozano posible. He llegado a quejarme de que apenas dispongo de veinte minutos para la comida; que apenas me siento en la silla ya me tengo que levantar; que debo engullir la pitanza a toda prisa y salir corriendo. Por supuesto, alguna vez me he acordado también de la siesta, pero en estos días es imposible y no merece la pena siquiera acordarse de ella. Pues bien, resulta obvio -pero no es menos cierto- que quedarme encerrado en el ascensor hace mi mediodía mucho peor que si no me quedo encerrado. El agobio, en primer lugar, era porque veía que si no salía de allí pronto, no me daría tiempo a llegar al colegio. Y por supuesto de comer ni hablamos: los minutos de que disponía para esa actividad se estaban agotando. En esas circunstancias, comer es tan secundario que te importa un pimiento, se te quita el hambre. Al final me ha dado tiempo de llegar a los dos colegios pero recurriendo al coche de mis padres, con mucho esfuerzo y sin poder casi ni respirar. Hacia las 16:15h ya estaba hecho lo importante y, mojado de pies a cabeza por el sudor, he llegado al trabajo a mi hora. A las 17h., al fin, me he comido un bocata preparado amorosamente por mi mujer. La sabiduría popular traduce estas simples reflexiones en aquel famoso "Virgencica, que me quede como estoy".

->Te das cuenta de lo bonita que es la libertad cuando la pierdes. Esta reflexión es más simple aún que la anterior y se puede aplicar a cualquier cosa, persona o hecho. Por ejemplo, si no te quedas encerrado en el ascensor, no te das cuenta de lo que mola no quedarse encerrado en el ascensor. Me pasa lo mismo con los resfriados, con esos pequeños malestares que no matan pero joden. Al hilo de esa reflexión me viene a la mente aquella frase que decía Paco Rabal en Pajarico, la película de Carlos Saura ambientada en nuestra Murcia: "Qué bien se está cuando se está bien".

->Las redes sociales son chachis, pero no sustituyen al calor humano. Conectan personas pero de poco te sirve encerrado en el ascensor. Mi circunstancia era física, temporal y concreta, pero muchas personas viven en una situación idéntica desde un punto de vista simbólico. En el ascensor mi móvil tenía cobertura y 3G. Mientras esperaba a que llegara el técnico del ascensor para rescatarme, me he metido en Twitter. He mirado unos cuantos tuits y no me he sentido mejor. La prima de riesgo, Cataluña, Carrillo... ¿Y qué? Estoy conectado con el planeta entero pero no puedo salir de aquí. Un metro cuadrado. Planchas metálicas. El techo muy bajo. Esta mierda no me sirve. A los pocos minutos ha bajado mi padre hasta el lugar en el que me encontraba bloqueado y hemos empezado a hablar. Oír su voz y hablarme directamente a mí ya me ha tranquilizado mucho más. Tengo 35 años pero me he sentido como un crío pequeño.

Quedarse encerrado en el ascensor no es cruzar a nado el Canal de la Mancha ni escalar el K2, ni duele igual que si te sacan una muela, pero tampoco es plato de buen gusto. Hay personas con claustrofobia que lo pasan realmente mal. Algunos directamente no se exponen a la posibilidad. No suben en ascensor. Es la segunda vez que me pasa a mí. La anterior fue en 1995, en Valencia, cuando estudiaba Bellas Artes, y no recordaba lo agobiante que es. Hoy, además de pensar en todas estas cosas que he contado aquí, también me he acelerado dándole vueltas a la cabeza: imagínate que pega un chispazo y se quema el ascensor, y me pilla aquí dentro; imagínate que se acaba el aire, porque estás respirando muy deprisa; imagínate que el técnico que venga no consigue arreglarlo, que no da con la tecla; imagínate que le escuchas refunfuñar porque no logra sacarte, que resopla y que después de un buen rato te dice: "no puedo arreglarlo, tengo que llamar a mi empresa"; imagínate que tienes que quedarte aquí una hora, dos horas... Y además, sudando, porque allí empezaba a hacer calor. Teniendo Internet en el móvil, incluso he pensado en meterme en Google y buscar noticias relacionadas, estadísticas de encierros y problemas con ascensores. Me he acojonado por lo que pudiera encontrar y he seguido hablando con mi padre.

Una vez que el técnico ha llegado -a los 30 minutos de haber llamado a la compañía de ascensores- y se ha puesto delante del ascensor, ha tardado dos segundos en abrir la puerta y sacarme. Medio en broma, medio en serio, le he dicho: "me he alegrado mucho de verte, de verdad". Él se ha reído y me ha contestado: "y a mí también". Ale, Perico, ya puedes echar a correr como todos los mediodías, aún con menos tiempo que de costumbre pero, eso sí, más contento. Paradojas te da la vida y no te las cobra en dinero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario


Crisis de valores y de sistema.